¿Son las políticas verdes
el nuevo frente de batalla
de la extrema derecha?
¿Son las políticas
verdes el nuevo
frente de batalla
de la extrema
derecha?

Después de haber logrado contaminar el debate en temas como la inmigración, los partidos ultras —desde el AfD en Alemania a Vox en España— alimentan el descontento de quienes se sienten amenazados por la transición ecológica y la lucha contra el calentamiento global. El viaje en tres etapas de elDiario.es para entender los riesgos de su propaganda pero también de una agenda verde alejada de las comunidades locales

Alemania

La misión imposible de contrarrestar a la AfD defendiendo la agenda verde en Brandemburgo

En el pueblo de tradición minera de Lauchhammer, donde el partido ultra tiene un 30 por ciento de apoyo, un grupo de ciudadanos se presenta con los Verdes, consciente de haberse convertido en la región en uno de los blancos favoritos de la extrema derecha

Por Mariangela Paone

Un grupo de amigos reunidos a la sombra de un cenador de madera en medio de un jardín frondoso en una tarde de principios de mayo más cálida de lo normal. La escena, de lo más apacible, esconde en realidad el frenesí de estar organizando lo que desde fuera se vería como una misión imposible: ser candidatos de los Verdes en un pueblo, Lauchhammer, en el estado de Brandemburgo, en el este de Alemania, en el que Alternativa por Alemania (AfD por sus siglas en alemán) ronda el 30 por ciento y en un momento en el que la formación ecologista se ha convertido en el país en uno de los blancos favoritos de la extrema derecha.

Carolin Poensgen, que se mudó a Lauchhammer desde el oeste de Alemania por razones de trabajo y que fue la impulsora del grupo junto a su marido Frank, explica cómo "se reconocieron" y cómo empezó el camino que les ha llevado a presentarse para las municipales que aquí se celebran el 9 de junio, a la vez que las elecciones europeas. "Un día vi que Stefan ponía en sus redes un cartel de los Verdes y pensé '¡anda!'. Nos conocíamos porque nuestros hijos van al mismo colegio y así, cuando le vi en los días siguientes, en víspera de las generales de 2019, le dije: 'Pues ahora habrá que poner la cruz en el lugar correcto'. Fue cómo nos dimos cuenta de que hablábamos la misma lengua", dice. Stefan es Stefan Neuberger, se presenta como independiente y completa, junto a su mujer Ines y a otro vecino, Heiko Richter, la lista de candidatos.

A diferencia del matrimonio Poensgen, los Neuberger se han criado en Lauchhammer y, tras una breve etapa en Dresde, decidieron vivir en el pueblo, donde Stefan, que trabaja con excavadoras para empresas de construcción, participó durante años en las labores de rehabilitación y reparación del territorio de las cicatrices dejadas por las minas de lignito, que punteaban toda la región de Lusacia y producían el tipo de carbón más contaminante. Hasta 1990, había en Lauchhammer ocho fábricas de briquetas y una coquería, pero cerraron poco después de la reunificación de Alemania.

Stefan e Inés Neuberger, candidatos en la lista de los Verdes para las municipales en Lauchhammer y
                             Carolin Poensgen, en el jardín de su casa, en Lauchhammer. M. Paone

Carolin Poensgen, en el jardín de su casa, en Lauchhammer, y Stefan e Inés Neuberger. M. Paone

Cartel electoral de los Verdes en Lauchhammer. M. Paone

Cartel electoral de los Verdes en Lauchhammer. M. Paone

"Es una de las razones por la que decidí presentarme con los Verdes. Yo recuerdo el polvo que cuando yo era pequeño se acumulaba en los jardines. Cuando tendías la ropa y la retirabas negra. Y luego me causó mucha impresión cuando trabajé en el desmantelamiento de una de las antiguas fábricas. Me tuve que poner un uniforme especial y tuvimos que construir un sarcófago para que no se salieran las sustancias tóxicas. ¡Si la gente supiera cuánto esfuerzo y cuánto dinero se ha invertido en esto! Aquí la gente está orgullosa de su trabajo en las minas, están orgullosos de esta época del pasado pero no hablan de los daños, de los efectos que produjo sobre el medio ambiente", comenta.

La herencia del pasado

La herencia de este pasado aquí, como en muchos otros lugares de la antigua República Democrática Alemana, el nombre oficial de lo que fue Alemania Oriental hasta la caída del muro de Berlín, sigue marcando el paisaje natural y, también, humano. De los 24.000 habitantes que tenía la ciudad en los noventa ahora quedan unos 14.000. Gran parte de las enormes excavaciones al aire libre de las minas son ahora lagos artificiales en los que, en algunos casos, se puede nadar.

El puente transportador F60 y los restos de una mina al aire libre. M. Paone

El puente transportador F60 y los restos de una mina al aire libre. M. Paone

Uno de los lagos artificiales que han surgido en Lauchhammer donde estaban las minas al aire libre.

Uno de los lagos artificiales que han surgido en Lauchhammer donde estaban las minas al aire libre.

A un puñado de kilómetros de Lauchhammer, en medio de inmensos campos verdes queda aún uno de los últimos vestigios de la minería de carbón, un sector al que el Gobierno alemán ha puesto fecha de caducidad para el 2038: un enorme puente transbordador de acero que también se conoce como la Torre Eiffel de Lusacia, 182 metros más largas que el original y que hoy se ha convertido en una de las atracciones turísticas de la zona. A sus espaldas, el horizonte está plagado de molinos de viento. Tras un fuerte empuje en los últimos años, Brandemburgo es hoy el segundo estado de Alemania por producción de energía eólica. Aunque no todos han sido éxitos: una gran planta de fabricación de turbinas instaladas en Lauchhammer por la empresa danesa Vestas y que empleaba unas 500 cerró definitivamente en 2022. Para algunos, una sombra en la transición verde de la región. En su lugar tenía que surgir una fábrica de baterías de una empresa china, que finalmente a finales de mayo comunicó que no abrirá la nueva planta como se había anunciado.

POLONIA

Berlín

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BAJOS

Lauchhammer

Brandemburgo

AUSTRIA

FRANCIA

N

50 km

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"Es una segunda transición en 30 años, que a menudo se recibe con recelo en las antiguas zonas mineras de Brandemburgo y Sajonia. Mucha gente que vivió los cambios tras la reunificación, se pregunta: '¿Por qué ahora una nueva transición que nos arruine cultural y económicamente por segunda vez en nuestras vidas?'. Y esto afecta sobre todo a los votantes que durante la reunificación tenían aproximadamente 20 años y ahora tienen 45-60", explica Maximilian Kreter, investigador del Instituto Hannah Arendt de Dresde y experto en los movimientos de extrema derecha. Este grupo de población es uno de los más sensibles a la propaganda del AfD. "Para la formación, los Verdes y su programa son un blanco fácil porque la Afd contrapone al cambio que representan un programa que dice a la gente que todo puede quedarse como está o que incluso se puede volver un poco atrás. Y esto vale también para otros temas, como la inmigración. Es decirle a la gente que no tienen que enfrentarse ni adaptarse a ningún cambio", añade Kreter.

El experto cree, sin embargo, que los niveles de apoyos alcanzados por la formación ultra en todo el país y especialmente aquí en el este –con los sondeos que le dan como primera fuerza en Brandemburgo, Turingia y Sajonia, que celebrarán elecciones estatales en septiembre– se enmarcan en la llamada cuarta ola de la extrema derecha desde la II Guerra Mundial, la de la normalización de su discurso, también por la complicidad de los partidos conservadores. "España, Portugal, Irlanda y Alemania son los que han conseguido mantenerse más tiempo sin partidos de extrema derecha. Pero ya no. Las razones suelen ser complejas y múltiples, pero en parte es una reacción general al acelerón de la modernización por parte de los que se quedan atrás, especialmente los desfavorecidos culturalmente y económicamente. Pero también es el resultado de una estrategia cuestionable de los partidos conservadores, como la misma CDU, que compran los argumentos de la extrema derecha pensando en recuperar a votantes, sin entender que entre la copia y el original, elegirán al original", añade Kreter.

Jane, de 43 años, forma parte del grupo de electores que han decidido decantarse por la AfD en los próximos comicios. No quiere dar su apellido, pero sí accede a que le tomen unas fotos mientras sigue vendiendo las últimas raciones de sopas tradicionales que cuece en cañones de gulash montados en un remolque, con el que recorre los mercadillos de la zona. Es miércoles y tocaba estar en la plaza de Ruhland, un pueblo colindante con Lauchhammer, donde la Afd también tenía previsto un punto de información. "Aquí les vota mucha gente. No la mayoría pero mucha, sobre todo en los lugares en los que han llegado muchos extranjeros, muchos sirios", dice en referencia a los refugiados acogidos después de 2015 que fueron repartidos por todo el país.

Jane, con su puesto de comida en la plaza de Rulhand. M. Paone

Jane, con su puesto de comida en la plaza de Rulhand. M. Paone

"Los de la AfD quieren hacer algo para que a los alemanes se les trate igual, ya que muchos tienen la sensación de que a los extranjeros que han llegado se les da dinero, aunque no trabajen. Ventajas que no se les da a los alemanes", añade. Antes, dice, votó al SPD, el partido socialdemócrata que lidera el actual Gobierno federal junto a los verdes y los liberales. También dice que no sabe mucho más del programa de la formación ultra, pero que ha ido a manifestaciones donde también había muchas familias, lo cual, según ella, demostraría que no es una formación de extrema derecha. Mientras el sol de mediodía cae en picado sobre las cabezas en la plaza donde las temperaturas en este principio de mayo alcanzan los 30 grados, Jane explica que ella sí cree que el cambio climático existe pero no ha tenido tiempo de ver qué dice la AfD al respecto.

En el programa para los europeas, el partido habla de "histeria climática sin base científica" y rechaza una transición "que no sólo es energética sino es también una transición del consumo, una transición de los recursos, una transición de la movilidad, una transición alimentaria y una transición industrial", antes de arremeter en general contra la agenda verde europea. También en los folletos que los militantes de la formación reparten por Brandemburgo en los puestos de información para las elecciones municipales, el tema sale, a veces mezclado con otros asuntos. En un apartado titulado "guarderías en lugar de centros de refugiados" el partido promete "evitar gastos inútiles para proyectos ideológicos (por ejemplo, locura climática y de género)". En otro, arremete contra los parques eólicos "por dañar a la protección del medio ambiente, reducir la superficie agrícola y arruinar el paisaje, privando nuestra patria de su carácter".

Rajko Prill, instalador de caldera y candidato a las municipales, va un paso más allá identificando en los movimientos de aire de los molinos de viento una de las causas mismas del cambio climático: “Detrás de los parques eólicos, el aire no se mueve. Y entonces se calienta más”. Reparte material informativo de la formación en el día de mercado en Luckenwalde, un pueblo a una hora y media de Lauchhammer, hacia el norte del Estado. Es una localidad en la que gobierna el SPD y la AfD no tiene representación. Pero ni Prill ni los otros militantes que le acompañan se pierden de ánimo. Ni cuando un señor mayor se acerca y les dice que no les votaría porque son demasiados cercanos a Rusia: "Sois amigos de los rusos, y el 'ruso' ya lo hemos probado en la RDA y no queremos esto".

Rajko Prill y otros dos miliantes reparten material de la campaña electoral de la  AfD en un puesto de información en Luckenwalde. M. Paone

Rajko Prill y otros dos miliantes reparten material de la campaña electoral de la AfD en un puesto de información en Luckenwalde. M. Paone

La candidata de la AfD, Birgit Bessin, en un puesto de información en Luckenwalde, a mediados de mayo.

La candidata de la AfD, Birgit Bessin, en un puesto de información en Luckenwalde, a mediados de mayo.

Junto a ellos está Birgit Bessin, una de las fundadoras de la formación en el Estado, militante de la primera hora y actualmente diputada en el Parlamento estatal, además de candidata a las elecciones locales. También sus opositores reconocen que es una de las políticas más conocidas de la región, que recorre pueblo a pueblo. "Tienes que estar siete días a la semana, ir a muchos eventos y puntos de información. Es muy importante estar cerca de los ciudadanos", dice.

Son días complicados para la formación a nivel estatal. Mientras los militantes hacen campaña, las oficinas del eurodiputado Petr Bystron, número dos de la lista de AfD para los comicios europeos, son registradas en el marco de una investigación sobre presuntos sobornos para difundir propaganda rusa. Es el penúltimo de una serie de escándalos que han embestido al partido a las puertas de los comicios. Unos días más tarde, unas palabras del cabeza de lista para las europeas, Maximilian Krah –quien en una entrevista al diario italiano La Repubblica afirmó que nunca diría que “quien llevaba un uniforme de las SS era directamente un criminal"– acabaron con la expulsión del partido del grupo de la extrema derecha en el Parlamento Europeo, Identidad y Democracia, después de que la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y la Liga de Matteo Salvini decidieran romper con sus socios alemanes.

Un escándalo tras otro

Las declaraciones de Krah han acabado siendo la gota que ha colmado el vaso, que empezó a llenarse cuando en enero el medio de investigación alemán Correctiv reveló un “plan para la remigración”, es decir deportación masiva, tanto de ciudadanos extranjeros como alemanes, supuestamente respaldado por miembros del partido. Correctiv publicó entonces que en noviembre se había producido una reunión secreta entre representantes de la AfD y miembros de la nebulosa neonazi para hablar de este proyecto de expulsión a gran escala de inmigrantes y alemanes de origen extranjero. Después de las revelaciones se produjeron manifestaciones multitudinarias de rechazo en varias ciudades de Alemania.

Así ha subido el voto a la extrema derecha en Alemania

Evolución del porcentaje de voto en elecciones parlamentarias y europeas a cada partido desde los años 80 en Alemania

Extrema derecha, conservadores y democristianos, socialdemócratas e izquierda, verdesy liberales

Fuente: ParlGov, elaboración propia, web oficiales

Bessin niega que haya habido ningún plan y, como a menudo ocurre con los candidatos de base de las formaciones ultras, rechaza la etiqueta de extrema derecha atribuyéndola a la mala prensa. Su argumento choca con la decisión emitida justo unos días antes por el Tribunal Administrativo Superior de Münster, en el Estado occidental de Renania del Norte-Westfalia, que sentenció que la Oficina Federal de Protección de la Constitución (BfV), los servicios de inteligencia alemanes para el interior del país, pueden seguir clasificando y, por lo tanto, vigilando a la AfD como formación sospechosa de extremismo.

"El problema en Alemania es que el periodismo no es imparcial, el 99 por ciento transmite opinión. Se está tratando a nivel global de hablar mal de la AfD, lo mismo que se hace con Le Pen u Orban. Queremos impulsar una reforma que acabe con la tasa para financiar el servicio público y que toda esa cobertura informativa se regule de otra manera", dice la candidata, que también defiende los estrictos criterios de selección de los miembros del partido "para asegurarse que no haya nadie que perteneció al NSDAP", la sigla en alemán del partido nazi de Hitler.

La AfD también dice que no tiene nada que compartir con la otra formación de extrema derecha que aquí consigue aún apoyo: el NPD o, según la nueva denominación que el partido ha adoptado, "La Patria". "Oficialmente es lo que dicen pero en la práctica cooperan, por ejemplo en los gobiernos locales. De la misma manera que en sus manifestaciones se ven a cabezas rapadas y tampoco les echan porque dicen que todo el mundo es bienvenido", comenta el investigador Maximilian Kreter.

En las últimas elecciones municipales en Lauchhammer, donde gobierna una lista cívica de corte conservador, la AfD obtuvo cuatro concejales y el NPD, uno. Fue cuando Frank Poensgen se presentó para la alcaldía y obtuvo un escaso 2,8%. No tiraron la toalla. Carolin, que había visto cómo su madre, que es de origen filipino y lleva medio siglo en Alemania, había sufrido los ataques de los vecinos que, después de 2015, se volvieron hostiles contra los que no parecían "auténticamente" alemanes, sintió que había que seguir aún más y empezó a trabajar para los Verdes en la región. La pareja aparece en la imagen de los carteles electorales colgados en las farolas de la ciudad junto a Ines y Stefan Neuberger.

A pesar de que Stefan Neuberger dice que hasta ahora solo les han increpado un par de veces cuando colgaban los cárteles, ella prefiere no correr riesgos, en unas semanas en las que se han multiplicado los ataques durante la campaña electoral. A principios de mayo, un candidato del SPD tuvo que ser hospitalizado y operado tras ser atacado en Dresde por cuatro hombres, en la misma calle donde unos días antes un hombre de 28 años que pegaba carteles para los verdes había sido golpeado "a puñetazos y patadas". Y el 2 de junio murió un policía que había resultado herido en un ataque con cuchillo contra activistas islamófobos que ocurrió la semana pasada en la ciudad alemana de Mannheim.

Neuberger dice que hay que insistir: "Tenemos que defender que aquí puede haber ideas distintas, que un vecino de toda la vida de Lauchhammer como yo, que aparte de trabajar de la construcción, soy entrenador de los equipos juveniles de fútbol y también vegetariano, tres cosas que para muchos serían incompatibles, puedo defender ideas distintas".

España

Aviones antilluvia y otras tribulaciones del campo almeriense que vota a Vox

La extrema derecha, que aquí se mantuvo fuerte en las últimas elecciones generales, alimenta los discursos negacionistas que proliferan en zonas afectadas por la sequía

Por Víctor Honorato

Se llama José Antonio Alfonso y es inútil tratar de discutir con él. “No hay cambio climático. No es cierto. Lo digo así y con letras mayúsculas”, insiste. Es el principio de una larga diatriba en la que este hombre de 64 años no deja títere con cabeza, presentando la Agenda 2030 como una “manipulación muy grande” cuyos responsables –los “poderosos”– son una gente “satánica” y carente de escrúpulos que lo que busca es crear una “hambruna” en España por intereses difíciles de entrever.

Lo dice y lo repite Alfonso, que se presenta como secretario de la Asociación en defensa de la salud y el medio ambiente y contra sistemas quitalluvia de Almería (Avial), la cual, como su nombre indica, considera que sistemáticamente se impide llover allá donde más falta hace. Él vive en Albox, un municipio de 12.000 habitantes en la comarca del Valle de la Almanzora, en el norte de la provincia de Almería, y por allí tiene fincas de secano con cereales y almendros. Las cosechas en la zona van muy mal porque lleva prácticamente un año sin caer ni gota y esta teoría de la conspiración —que el hombre lleva años defendiendo— encuentra cada vez más adeptos aquí o en la colindante comarca de Los Vélez.

“Estoy de la Agenda 2030 hasta el mismísimo”, se despacha Paqui Iglesias, secretaria general en Almería de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, con más de 80.000 afiliados en España. “Se lo hemos dicho 20.000 veces: ‘las avionetas’ es el cambio climático, no tienes que darle más vueltas. Pero no, siguen obcecados en eso y es su discurso total”, lamenta. Las aeronaves que agotan la paciencia de Iglesias, según esta hipótesis troposférica, salen a pasear por los cielos cada vez que amenaza lluvia para deshacer las nubes y chafar a los agricultores. Alfonso no tiene pruebas, pero su convicción es firme. Cree, incluso, que cuando su movimiento de protesta empezó a coger fuelle para una manifestación, esos difusos malhechores permitieron que cayesen unos chaparrones y así restar fuerza al colectivo.

José Antonio Alfonso, secretario de la asociación Avial y candidato de Vox por Albox en 2023, en la Playa Mayor del pueblo. C. Pérez.

José Antonio Alfonso, secretario de la asociación Avial y candidato de Vox por Albox en 2023, en la Playa Mayor del pueblo. C. Pérez.

No es difícil encontrar en Los Vélez a algún hombre de campo que crea a pies juntillas en las avionetas antinubes, por mucho que se esfuerce en discutírselo Juan Molina, de la Asociación por la defensa del agua de Los Vélez, sentado con uno de los recalcitrantes en una terraza. Molina ofrece otro argumento: la introducción de nuevos cultivos por parte de empresas agroalimentarias, mucho más intensivos en agua, que ponen en riesgo los acuíferos y agravan las consecuencias de la sequía. Pero no sirve de nada; enseguida salen a colación vídeos que circulan como la pólvora por redes sociales y grupos de WhatsApp de supuestos rastros químicos en los cielos que ahuyentan las precipitaciones. Molina suspira y deja hablar.

Cuesta trabajo que los creyentes se decanten políticamente al conversar con un extraño. También Alfonso parece reacio a confesar sus simpatías. “Vengo del Partido Socialista”, dice. Pero al hombre, camisa azul y pantalones beige, sentado en la plaza mayor de Albox, lo delatan los calcetines, de un azul marino del que destacan en verde las letras “VOX” y la bandera de España. Al final resulta que en las últimas elecciones municipales fue el candidato del partido ultra. No lo votó casi nadie y hoy prefiere obviar ese detalle.

Un árbol y un campo de cereal seco en Vélez-Rubio. C. Pérez

Un árbol y un campo de cereal seco en Vélez-Rubio. C. Pérez

Plantaciones de almendros en Vélez-Rubio. C. Pérez.

Plantaciones de almendros en Vélez-Rubio. C. Pérez.

La cuestión podría quedar en anécdota, de no ser porque la extrema derecha lleva años jugueteando con los discursos negacionistas del cambio climático para lograr apoyo electoral entre quienes se ven desesperados por un clima que no se comporta como señala el saber popular de generaciones. Diciendo sin decir, insinuando sin llegar a afirmar del todo y ofreciendo sus siglas como plataforma para quienes, como Alfonso, difunden creencias acientíficas ante la angustia que genera la incertidumbre sobre el tiempo.

Regando el negacionismo

El líder de Vox, Santiago Abascal, no habla estrictamente de negacionismo, pero se manifiesta contrario a la “religión climática”, como si se tratase de una cuestión más espiritual que empírica. Sobre el “pánico climático” ha hablado críticamente Jorge Buxadé, eurodiputado que aspira a la reelección. Rara es la semana en que Rocío Monasterio no deslice una crítica a la Agenda 2030 en la Asamblea de Madrid. Y así, sucesivamente: la exconsejera de Agricultura de Vox en Extremadura, Camino Limia, bromeó el año pasado con las históricas inundaciones en Grecia de 2023; el responsable del ramo en Aragón, Ángel Samper, diseminó bulos sobre la destrucción de embalses; el portavoz en el parlamento canario, Nicasio Galván, relativizó el calor inusitado del pasado octubre en las islas, aludiendo a su origen volcánico.

Así ha subido el voto a la extrema derecha en España

Evolución del porcentaje de voto en elecciones parlamentarias y europeas a cada partido desde los años 80 en España

Extrema derecha, conservadores y democristianos, socialdemócratas e izquierda, verdesy liberales

Fuente: ParlGov, elaboración propia, web oficiales

En Extremadura, Castilla y León y Aragón, el discurso de extrema derecha ha conseguido colarse en los Gobiernos autonómicos tras sendos pactos entre PP y Vox. En Almería, el PP ha fagocitado progresivamente al partido ultra tras un fulgurante ascenso inicial a caballo del discurso contra la inmigración en el campo. “Vox es casi residual porque aquí la extrema derecha está dentro del PP”, defiende María Pérez, concejal socialista en Vélez-Rubio, otro de los caladeros del negacionismo de las avionetas, donde los populares gobiernan con amplia mayoría. Aún así, en las elecciones generales del año pasado, en la que Vox obtuvo en la provincia de Almería casi el 22 por ciento, la formación de Abascal cosechó en la localidad casi un 20 por ciento.

Vista desde un cerro en Vélez-Rubio. C. Pérez.

Vista desde un cerro en Vélez-Rubio. C. Pérez.

La Asamblea General de la ONU aprobó en 2015 una resolución que planteaba 17 objetivos de desarrollo sostenible para la erradicación de la pobreza y el hambre o el acceso a la sanidad y la educación, entre otros fines. El plazo previsto para lograrlos era de 15 años, por lo que recibió el nombre de Agenda 2030. Sus detractores no se han puesto de acuerdo estos años sobre qué funesto mal encierra el asunto —la COVID también se introdujo con calzador como supuesta prueba de la conspiración en marcha—, pero el eslogan permanece. Estuvo bien presente en la cartelería de las manifestaciones de febrero de agricultores y ganaderos por toda España en contra del incremento de trámites burocráticos, los controles y las sanciones previstas por los cambios en la Política Agraria Común de la UE.

“Estoy convencidísimo de que mucha gente que en las protestas del sector agrario estaba en contra la eliminación de la Agenda 2030 no se ha leído ni un párrafo y no sabe a qué se refiere”, señala Andrés Góngora, secretario general en Almería de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), una de las entidades que, tras las negociaciones de la Unión Europea y el Ministerio de Agricultura, siguen sin firmar la paz institucional. “Hay cuestionamientos del cambio climático que obedecen más a decisiones empresariales que a buscar soluciones para el sector agrario. Por ejemplo, cuestionar que se necesita reducir las emisiones de CO2”, señala.

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Madrid

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Vélez-Rubio

Almería

N

100 km

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“Otra cosa es que decisiones de protección medioambiental que se están llevando a cabo sobre el sector tengan impacto y sean razonables para mejorar. Cuando a un agricultor se le obliga a tomar acciones en su explotación que no tienen ningún sentido, evidentemente toma una posición defensiva. Y cuando alguien desde la política intenta captar ese voto de ese malestar, pues le cuenta la película que quiere escuchar, pero no le ofrece una solución”, opina.

Desapego por la política en El Ejido

Esa desafección se percibe con nitidez entre los agricultores que acuden por la mañana a las alhóndigas del polígono de La Redonda, en El Ejido, donde Andrés Góngora calcula que se encuentran 24.000 de las en torno a 32.000 hectáreas de invernaderos que hay en Almería. Aquí viven 90.000 personas, con un 30% de población migrante. “Los políticos no miran más que por sus propios intereses”, dice Juan José Esteban, de 59 años, tras descargar la cosecha de pepinos. Hoy solo ha podido vender la mitad, a 10 céntimos el kilo. Desconfía de la competencia marroquí, señalada por la supuesta ausencia de vigilancia aduanera. “Estuve en Algeciras y de 100 controles pasan uno”, asegura.

Juan José Esteban y, de espaldas, Luis y Yulia, tras descargar sus productos en una alhóndiga. C. Pérez

Juan José Esteban y, de espaldas, Luis y Yulia, tras descargar sus productos en una alhóndiga. C. Pérez

El agricultor José Manuel Navarro, tras descargar calabacines en una alhóndiga de El Ejido. C. Pérez.

El agricultor José Manuel Navarro, tras descargar calabacines en una alhóndiga de El Ejido. C. Pérez.

José Manuel Navarro, de 50 años, ha descargado calabacines, que van mejor de precio. “Se está salvando”, dice del producto. Se queja, no obstante, del aumento de los costes, de la competencia desleal y, de nuevo, de la política. “Me tiene muy decepcionado, solo están preocupados por ganar elecciones”, opina de los partidos. El Ejido fue uno de los bastiones de Vox, que rozó porcentajes de voto del 25% en las municipales de 2019. Entró a gobernar con el PP, pero la coalición no acabó la legislatura. En las elecciones del año pasado, los populares recuperaron la mayoría absoluta, tras absorber los votos de Ciudadanos. Vox también se resintió, pero continúa en el 22%, encaramado en el discurso antiinmigración.

“Vox defiende el campo”

Uno que los ha votado y repetirá es Luis, de 53 años, que llega a la alhóndiga cargado de berenjenas. Lo acompaña su esposa, Yulia, de 39 años. “Vox es el único que defiende el campo”, afirma sin ambages, aunque prefiere no posar de frente para la fotografía. Pero lo que más le preocupa es la inmigración. “Aquí somos los que más la sufrimos”, crítica. Se extraña, sin embargo, cuando se le pregunta si cree que el clima está cambiando. Él tiene claro que sí. “Se nota en los cambios bruscos. El frío en abril. Eso antes no pasaba”, explica, y entiende que el convencimiento de otros colegas responde a un problema de cultura. “Muchos en el campo no estudiamos”, plantea.

En cualquier caso, el contraste con el discurso entre el valle de la Almanzora y el Ejido encaja como un guante en el mapa que dibuja Paqui Iglesias de la influencia de la extrema derecha en la provincia: “Vox tiene dos discursos principales: por un lado, la xenofobia y la inmigración, que se da mucho en la zona del invernadero; por otro, el negacionismo en el cambio climático, que se da mucho en el interior de la provincia… Y la Agenda 2030, que es para todos”. Las elecciones europeas del 9 de junio darán la medida de la exactitud de esta tendencia.

Países Bajos

Culemborg o los riesgos de una transición verde alejada de las comunidades locales

Un conflicto vecinal por un parque eólico en la ciudad holandesa simboliza las controversias que, en medio del maremagnum legislativo, están generando esas instalaciones, uno de los blancos del “programa verde” de Wilders

Por Irene Castro

Tres grandes aerogeneradores presiden la carretera que une la autopista con la ciudad de Culemborg. Las turbinas eólicas son ya un símbolo del paisaje de Holanda. A los tradicionales molinos de viento, se suman ahora los miles de aparatos que en los últimos años han proliferado en un país al que la justicia obligó a reducir sus emisiones contaminantes. La histórica sentencia se produjo en paralelo a que la UE comenzara a tomarse en serio las actuaciones para combatir la emergencia climática a través del Pacto Verde, que pone deberes a los países europeos para reducir las emisiones y marca objetivos de aumento de las energías renovables para 2030.

Las nuevas legislaciones han llevado a la multiplicación de parques eólicos y solares en todo el continente. Y la guerra en Ucrania, que aceleró la desconexión del gas ruso y provocó una crisis energética, llevó a la UE a rebajar incluso los umbrales de protección medioambiental para multiplicar la instalación de molinos de viento. En medio del maremagnum legislativo, trufado con importantes intereses económicos, ha emergido la conflictividad social en torno a la agenda verde e incluso las organizaciones ecologistas han lanzado duras críticas contra determinados proyectos por las consecuencias en la biodiversidad que pueden conllevar esas instalaciones.

Culemborg es una localidad tranquila, de unos 30.000 habitantes, situada en el centro de Holanda. Históricamente ha vivido de la agricultura, el tabaco o el comercio, y en los últimos años ha experimentado un crecimiento demográfico como ciudad dormitorio por el elevado coste de vida, especialmente de la vivienda, en otras ciudades de la zona, como Utrecht. Con una rica vida cultural en buena medida por la presencia de una comunidad de artistas, Culemborg fue pionera en algunos proyectos de la agenda verde. Por ejemplo, cuenta con un ‘eco-barrio’ de unas 240 viviendas construido de forma sostenible.

El silencioso municipio, rodeado de verde por todas partes y con animales como ovejas y caballos en pastos a dos pasos del centro, se ha topado en los últimos años con un conflicto vecinal relacionado precisamente con la agenda verde. Un proyecto para construir seis aerogeneradores de 270 metros de altura enfrentó a los impulsores —entre ellos los agricultores que iban a alquilar sus tierras a la empresa energética— y detractores —los vecinos que iban a sufrir las consecuencias de la instalación—, y puso contra las cuerdas al gobierno local de la izquierda verde de GroenLinks.

Susan Vervoorn, Daniël Jumelet, Martin van Weelden, Margot Martin van Weelden y Frouk van der Pauw, y un mapa de Culemborg. Laia Ros

Susan Vervoorn, Daniël Jumelet, Martin van Weelden, Margot Martin van Weelden y Frouk van der Pauw, y un mapa de Culemborg. Laia Ros

Los Van Weelden ante uno de los carteles contra el parque eólico que colocaron en la localidad de Colemburg y que ahora guardan en su jardín. Laia Ros

Los Van Weelden ante uno de los carteles contra el parque eólico que colocaron en la localidad de Colemburg y que ahora guardan en su jardín. Laia Ros

Martin y Margot van Weelden se mudaron a las afueras de Culemborg hace algo más de una década. Desde su casa se ven tres aerogeneradores que se encuentran a aproximadamente un kilómetro y medio. “Investigué los planes de futuro del ayuntamiento y habían escrito que esto sería un área agrícola y natural”, relata Martin, que recibe a elDiario.es en su casa, junto a varios de los vecinos afectados por el proyecto y que se unieron en la plataforma Tegenwind Culemborg para combatirlo.

A ellos, explican, no les molesta la presencia de los actuales aparatos más allá de que en agosto, en determinados momentos según da el sol, les afectan las sombras que hacen, pero no le dan mayor importancia. El problema surgió cuando les llegaron rumores de que varios propietarios de las tierras que tienen enfrente de su jardín habían negociado acuerdos con una empresa energética para alquilar el terreno con el objetivo de construir otros seis aerogeneradores, más altos, y que estarían a una distancia de alrededor de 300 y 500 metros de su vivienda.

A partir de ahí, comenzaron una batalla contra ese proyecto al que a priori el gobierno municipal no se oponía para cumplir los objetivos de energía renovable que tienen que alcanzar en línea con los establecidos por la provincia para la transición ecológica. “No estamos en contra de la energía sostenible, pero estamos en contra de los planes que tendrán consecuencias perjudiciales para nuestra salud. Hemos escuchado a gente que vive cerca de molinos de viento que tienen problemas de salud, con el sonido, con las sombras frecuentes… Lo que decimos es que estos planes no son buenos para nuestro medio ambiente porque están demasiado cerca de nuestras casas”, argumenta Martin van Weelden, que esgrime entre las consecuencias negativas para la salud el ruido de las bajas frecuencias.

ALEMANIA

Amsterdam

Culemborg

Güeldres

BÉLGICA

N

50 km

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Durante cinco años se produjo una negociación entre las partes interesadas y hubo un momento en el que se puso sobre la mesa la opción de que se redujeran de seis a tres los aerogeneradores proyectados. Los vecinos no lo veían con malos ojos y también el gobierno municipal, que consideró que la producción de energía eólica con esa reducción era suficiente para la localidad. Pero la compañía dijo que no le salía rentable y retiró la propuesta.

“Diría que este barrio siempre había sido muy tranquilo. Y cuando todo esto sucedió, la gente empezó a discutir los unos con los otros, teniendo enfrentamientos sociales, porque unos querían los molinos de viento por el dinero y otros no los querían en absoluto. Nosotros no nos preocupamos por el dinero, nos preocupamos por nuestra salud. Nunca ha tenido que ver con el dinero para nosotros”, explica Susan Vervoorn, una de las vecinas que ha peleado contra el proyecto.

Los partidarios consideran, sin embargo, que no hay estudios científicos que avalen la tesis de los problemas de salud de tener cerca los aerogeneradores mientras que los detractores sostienen que no se ha investigado lo suficiente con las características de ese plan en concreto, dado que en la mayoría de los casos la distancia que establecen las normas es mayor (de entre 500 metros y dos kilómetros). También hay acusaciones cruzadas de intereses económicos tanto en los lobbies a favor del impulso a la energía limpia como en los que se oponen a ella.

“Somos ciudadanos que tenemos que luchar contra un gran enemigo. Y el enemigo está en todas partes: en la política, en las instituciones, en las organizaciones de la salud…”, expresa Martin van Weelden, convencido de que muchos de los impulsores de los proyectos verdes tienen intereses económicos detrás: “En Holanda, el 95% de la gente que decide sobre los parques eólicos no viven en la zona en la que se instalan. El otro 5% son agricultores que quieren tenerlos en sus tierras”.

El Ayuntamiento de Culemborg y una de las calles próxima al antiguo molino de viento. Laia Ros

El Ayuntamiento de Culemborg y una de las calles próxima al antiguo molino de viento. Laia Ros

Vista de uno de los actuales aerogeneradores desde la casa de la familia Van Weelden. Laia Ros

Vista de uno de los actuales aerogeneradores desde la casa de la familia Van Weelden. Laia Ros

Y carga contra la “paradoja verde”. “Quieren ser independientes de Rusia, pero ahora somos dependientes de China, Congo o Chile, de donde viene el material para construir los molinos de viento, porque no los podemos fabricar en Culemborg”, crítica.

“Nosotros somos sólo un municipio dentro del contexto de un país y el país está en el contexto de un continente. No creo que el problema de la energía se deba resolver sobre la base de un municipio. Es algo que se debe resolver a nivel continental”, señala el exconcejal democristiano Daniël Jumelet, que vivió desde la oposición el conflicto de Culemborg. Con él coincide otra de las vecinas que rechaza el proyecto, Frouk van der Pauw, que recuerda que éste es el país con más densidad de aerogeneradores en base a su tamaño: “Es un problema mundial, pero en Europa hay muchos países con mucho terreno. ¿Por qué no se prueba compartiendo?”.

Los carteles en contra de los aerogeneradores han desaparecido, en todo caso, de las calles de Culemborg, pero los vecinos no se han deshecho de ellos por si tienen que volverlos a usar.

Ahora hay un nuevo proyecto sobre la mesa. “Estamos en circunstancias diferentes. El nuevo proyecto es 100% local. Para nosotros, como partido verde de izquierdas, este es un cambio importante. Así que queremos mirarlo con curiosidad y lo que puede suponer para Culemborg”, afirma en una conversación telefónica el líder local de GroenLinks, Tim de Kroon.

“Por supuesto hay objetivos sostenibles que queremos alcanzar, pero también queremos una parte justa para las personas que viven alrededor de las turbinas eólicas y que todo el mundo de Culemborg pueda participar, también la gente que no tiene ingresos altos”, agrega De Kroon. Entre las ideas que tienen en mente están los fondos para la cooperación de vivienda social de la corporación local o la mejora del aislamiento de los edificios. Aunque asegura que la tecnología ha avanzado y que los aerogeneradores ya no hacen tanto ruido como los que se proyectaron hace años, asume que habrá gente que estará en contra “independientemente de la altura o de que los beneficios se repartan”.

Los vecinos, en realidad, están pendientes de lo que haga el nuevo Gobierno en relación a los proyectos de energía eólica. En paralelo a su conflicto local, a nivel nacional se espera una normativa para establecer las reglas de distancia a los núcleos urbanos o de ruido máximo que puede soportarse. Y ahí confían en la influencia que pueda tener el partido del ultraderechista Geert Wilders, de quien aseguran estar absolutamente en contra. Lo único en lo que pueden coincidir con él es en la posición respecto a los aerogeneradores. Por el momento les suena bien la música de esa parte del acuerdo entre los cuatro partidos (la extrema derecha PVV, el liberal VVD, el democristiano NSC y los granjeros BBB) para la nueva coalición de gobierno que apunta a que “los molinos de viento se ubicarán en el mar en la medida de lo posible, en lugar de en tierra”.

La extrema derecha intenta pescar votos en el descontento con la agenda verde, especialmente en las protestas de los agricultores, que han empujado también al Partido Popular Europeo y a la mayoría de gobiernos a echar el freno a determinadas políticas ambientales o climáticas. El acuerdo programático del futuro gobierno holandés supone un tijeretazo en esa dirección, con medidas como volver a elevar la velocidad a 130 km/h en las autopistas o la eliminación del impuesto al carbono, entre otras.

El programa electoral de Wilders iba incluso más allá con un discurso negacionista de la emergencia climática. “Durante décadas, hemos sido asustados por la perspectiva del cambio climático. Aunque los escenarios catastróficos predichos -sobre el fin del mundo- se han vuelto más extremos a lo largo de los años, ninguno de ellos se ha hecho realidad”, recogía el manifiesto del Partido de la Libertad: “El clima siempre ha estado cambiando, durante siglos. En circunstancias cambiantes, nos adaptamos. Lo hacemos a través de una gestión del agua sensata, elevando los diques cuando es necesario y creando espacio para el río. Pero detenemos la reducción histérica de CO2, con la que, como pequeño país, pensamos erróneamente que podemos 'salvar' el clima”.

Así ha subido el voto a la extrema derecha en Países Bajos

Evolución del porcentaje de voto en elecciones parlamentarias y europeas a cada partido desde los años 80 en Países Bajos

Extrema derecha, conservadores y democristianos, socialdemócratas e izquierda, verdesy liberales

Fuente: ParlGov, elaboración propia, web oficiales

En cuanto a las medidas concretas, apostaba por retirarse del Acuerdo Climático de la ONU; mantener las plantas de carbón y gas; reducir los impuestos energéticos; y decir “no a las turbinas de viento, no a los parques solares”.

Vista aérea de los campos alrededor de Culemborg. Tim van Dijk - TMedia

Vista aérea de los campos alrededor de Culemborg. Tim van Dijk - TMedia

No obstante, todas las fuentes consultadas para este reportaje coinciden en que hasta ahora la oposición a la agenda verde ha tenido poco que ver en la subida del PVV de Wilders, que duplicó el número de votos respecto a las anteriores elecciones. Tampoco ven una relación directa en el incremento en Culemborg, donde el PVV en las elecciones generales del pasado noviembre pasó del 9,3 al 20,1 por ciento, a pesar de no tener representación local en el municipio en el que sigue gobernando el GroenLinks.

El politólogo André Krouwel de la Vrije Universiteit (Amsterdam) no ve de momento en la agenda verde un catalizador del voto de la extrema derecha, pero sí un motivo de descenso para los partidos a la izquierda. “La gente ahora siente las consecuencias negativas de ser verde. Antes no era así, antes no estaba en tu cartera. Era sólo una actitud: tienes que ser verde, así que tienes que separar tu basura, pagas un poco por una botella, pero luego la devuelves y te devuelven el dinero… Ahora cuando se introduce un impuesto para volar, recibes facturas de energía más elevadas, la gente ve que ser verde es muy caro”, reflexiona por teléfono el profesor que explica, además, que la gente en Holanda “odia los aerogeneradores por la contaminación visual” y no los quieren cerca “por el ruido”: “Los quieren, porque la electricidad será más barata, pero no cerca. ‘No en mi patio’”.

La vivienda de la familia Van Weelden y la vista en un teléfono de la zona en la que se proyectaron los seis aerogeneradores en Culemborg. Laia Ros

La vivienda de la familia Van Weelden y la vista en un teléfono de la zona en la que se proyectaron los seis aerogeneradores en Culemborg. Laia Ros

Un caballo pasta en el terreno de la familia Van Weelden. Foto de Laia Ros.jpg

Un caballo pasta en el terreno de la familia Van Weelden. Foto de Laia Ros.jpg

En su estudio sobre el comportamiento electoral del pasado año, no ha detectado que los asuntos verdes estuvieran en la motivación de los votantes del PVV. Por el contrario, la reducción de los solicitantes de asilo y el rechazo a la pertenencia a la UE son los dos principales leitmotiv para esa parte del electorado. El tercero es la oposición a la propuesta del Gobierno de comprar las tierras a los agricultores como fórmula para reducir las emisiones de nitrógeno, disparado en Holanda, que es el segundo productor de alimentos del mundo, a pesar de su pequeño tamaño. Una encuesta postelectoral elaborada por Ipsos apuntaba a las políticas de inmigración y asilo como el principal motivo de voto de los electores del PVV, seguido de la atención sanitaria y el coste de la vida (inflación).

“Sus argumentos están ganando porque está diciendo: 'Quiero devolver Holanda a la gente holandesa”, explica Krouwel sobre el éxito de Wilders, al que también ha contribuido, según el experto, el hecho de que la derecha tradicional levantara el 'cordón sanitario'. “Así que la gente dijo: 'Pues nos vamos con la alternativa'. Y la alternativa, dado que son votantes de derechas, no era la izquierda sino Wilders”, remata.

La tónica en toda Europa es levantar el veto a la extrema derecha. Incluso la candidata del Partido Popular Europeo, Ursula von der Leyen, ha abierto la puerta a pactar con esas fuerzas tras las elecciones europeas de junio generando un enorme malestar en las formaciones que han formado su actual mayoría (socialistas y liberales). Por el momento, la derecha tradicional también está endureciendo su discurso sobre la migración y contra la agenda verde para intentar frenar la sangría de votos hacia el extremo mientras la política climática se convierte en el gran caballo de batalla.


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