Religión

El pecado de la anticoncepción

Las tres principales religiones monoteístas -Catolicismo, Judaísmo e Islam- limitan el derecho de la mujer a decidir sobre sus embarazos, pero dentro de cada una de ellas hay interpretaciones, rendijas y diferentes niveles de aceptación.

Por Eva Belmonte, Miguel Ángel Gavilanes, María Álvarez del Vayo y Verónica Ramírez

16 de marzo de 2018

“Creced y multiplicaos”

Génesis, 1:28

De fondo, centenares de libros religiosos, la materia prima con la que trabaja el rabino ultraortodoxo Daniel Bitton, de origen marroquí. Ante el vapor de una cafetera, en su despacho del Instituto Hamaor de Jerusalén, arranca la entrevista. Lo hace desde lo más básico, su postura sobre la planificación familiar: “Yo no puedo explicar algo que no existe. Para nosotros no existe la planificación familiar, nosotros no decidimos nada, Dios planifica todo y Dios decide todo”. De la negación a la prohibición, la postura de este rabino no es única. Las tres principales religiones monoteístas parten de la misma base: el sexo solo está permitido dentro del matrimonio y su fin último es la reproducción. Bajo esa premisa hay poco espacio para los anticonceptivos y su uso y promoción alientan la promiscuidad y el pecado.

Muchas cosas han cambiado en el seno de estas religiones, tanto entre sus representantes -rabinos, curas e imanes- como, sobre todo, entre los creyentes. No todos interpretan las escrituras de la misma forma ni siguen las normas de los líderes al pie de la letra. Pero la religión sigue siendo una barrera, a veces tan intrínseca a la cadena de valores que resulta casi imperceptible, al uso de anticonceptivos.

El Papa Francisco critica el concepto de ‘sexo seguro’: “Como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse”.

En la encíclica Humanae Vitae, del Papa Pablo VI, el uso de anticonceptivos solo lleva al goce egoísta, falta de respeto y abuso de la mujer. Y la esterilización o cualquier acción para hacer imposible la procreación están prohibidos. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, dio un paso adelante al eliminar la pátina de pecado al sexo -entre esposos, eso sí; fuera, otra negación, ni existe-, pero critica en ese mismo texto las campañas “coercitivas” de fomento del uso de anticonceptivos por parte de los gobiernos, englobadas en una peligrosa “mentalidad antinatalista”. Y carga contra el concepto de sexo seguro: “Como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse”.

A 5.600 kilómetros de Jerusalén y 4.140 del Vaticano, en la región de Thiès, en Senegal, decenas de mujeres ocupan sus sillas de plástico, sobre la arena y bajo un toldo. La mayoría lleva en brazos a los niños más pequeños, mientras los mayores corretean cerca. El público atiende, entre risas -pudorosas a veces, a carcajadas, otras- a la clase práctica sobre métodos anticonceptivos de Coumba Dieng, de la organización Marie Stopes. Los únicos hombres que participan en el evento, menos de una decena, son el encargado del sonido, algunos miembros de la organización, el imán y sus acompañantes. La presencia aquí del líder religioso es muy importante para evitar el rechazo de las mujeres y, sobre todo, de sus maridos.

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Unos días antes, en noviembre de 2017, se celebraba en Gambia, el pequeño país africano incrustado en Senegal en el que la mayoría aplastante (más del 90%) de la población es musulmana, un congreso de tres días sobre Islam, bienestar familiar y prácticas tradicionales. Miembros del Gobierno, líderes religiosos, representantes del Fondo de Población de Naciones Unidas (FPNU) y Unicef se sentaron a hablar durante tres días de la erradicación de la mutilación genital femenina y los matrimonios con niñas. Y sobre anticonceptivos. “Es imprescindible orientar a los líderes religiosos para que difundan mensajes sobre planificación familiar en sus sermones, durante sus oraciones, tras las oraciones…”, argumenta Momodou Njie, de la Gambia Family Planning Association, una entidad que lleva décadas ayudando a mujeres a acceder a estos servicios.

Una mordaza global

En enero de 2017, el presidente Trump reinstauró y amplió la Política de la Ciudad de México. Promovida por Reagan en 1984, exige a todas las ONGs, en cualquier lugar del mundo, certificar que no “practicarán ni promoverán activamente el aborto como método de planificación familiar”, como condición para recibir ayudas bilaterales de Estados Unidos en materia de salud. Con Trump, esta exigencia se amplió a nuevos programas. Esta política ha sido aplicada de forma intermitente durante presidencias de corte republicano, y derogada por las administraciones demócratas. En el caso de Marie Stopes, que reparte de forma gratuita métodos anticonceptivos a quienes no tienen recursos, ese veto puede ser “problemático”. “¿Cómo ayudaremos a esas mujeres a acceder a métodos anticonceptivos”, se lamenta Coumba Dieng.

El veto de la religión al uso de anticonceptivos no solo se manifiesta en las ideas de los líderes religiosos y cómo afectan a las decisiones personales de los creyentes, sino también en grandes políticas, como el veto de Trump a organizaciones que practiquen o defiendan el aborto; o en pequeñas acciones cotidianas, como las vallas morales que se imponen a otros. Patricia Ortega, de la Red por los derechos sexuales y reproductivos en México (ddeser), cuenta que, no hace tanto, en la cadena de farmacias Guadalajara, una de las más importantes del país, no se vendían preservativos. El catolicismo de sus propietarios se extiende ahora a la píldora del día después, que no se vende en sus establecimientos. Ella trabaja con todo en contra: en Guadalajara, uno de los estados mexicanos en los que la religión tiene más peso. Prueba de ello es, además de las masivas manifestaciones en su contra, el peso político de un cardenal emérito, Juan Sandoval Íñiguez, que llegó a afirmar que las mujeres son asesinadas por culpa de su “imprudencia”. Pocos candidatos pasan por una campaña electoral sin intentar hacerse una foto con él. Sobre anticonceptivos, este excardenal lo tiene claro: no y no. En un vídeo titulado Binomio de muerte: anticoncepción y eutanasia, afirma: “La ONU está empeñada en reducir la población del mundo […] promueve organismos que la ayudan en este trabajo del diablo”.

Una de esas organizaciones es la FPNU. Alieu Jammeh trabaja en la sede de Gambia. “Todo el trabajo que has hecho en tres, cuatro, cinco años el imán puede tirarlo por tierra en cinco minutos”, se lamenta.

Hasta la última gota de semen es sagrada

“Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, cuando tenía relaciones con su cuñada, derramaba en tierra el semen, para no darle un hijo a su hermano. Esto no le gustó a Yahvé, y también a él lo hizo morir”

Génesis, 38:8-10

El primer deber del hombre y la mujer en el Judaísmo es multiplicarse. Deben tener tantos hijos como sea posible o, al menos, según las interpretaciones, un niño y una niña. Consideran que el esperma del hombre contiene el aliento de vida necesario para la concepción. Y es, por tanto, sagrado e imperativo. Por eso, para los más estrictos, la regla es clara: desperdiciarlo es pecado. Es el hash-hatat zera, o la emisión indebida de semen.

Para Mira Raz, rabina progresista, que se ponga el foco en el semen del hombre abre la puerta al uso de anticonceptivos por parte de la mujer. Así, para religiosos reformistas como ella, sí estarían permitidos métodos como la píldora o el DIU, pero no los de barrera, como los anticonceptivos. Y, más allá de la teoría, aclara: “Yo no soy un policía de Dios”. Joseph Höffner, rabino del hospital Ma’ayanei Hayeshua en Bnei Brak, una comunidad ultraortodoxa de Tel Aviv, coincide con ella: “Lo que el hombre tiene que ponerse está prohibido, y casi todas las demás cosas están permitidas”, argumenta.

Yair Hass es director de Hillel, una organización que se dedica a ayudar a adultos que deciden abandonar el encorsetado mundo del judaísmo ultraortodoxo. Para él, el control de la natalidad en Israel es un tema “muy conflictivo”, porque la idea es “llegar al número [de población] de antes del Holocausto”, cuenta. Y, además, en este país, la natalidad es un asunto de Estado: hay que superar en número a palestinos y al resto de países vecinos. Con todos estos ingredientes, la pirámide poblacional de Israel en 2017 tiene la misma forma que la de España en los años 60, en pleno baby boom, aunque las distintas sensibilidades religiosas mantienen sus diferencias. Así, hoy los haredim o judíos ultraortodoxos, con más hijos, representan el 10% de la población israelí. Para 2059 se estima que supongan el 35%.

Para el Islam es también una cuestión de números. Sinónimo de riqueza: cuantos más, mejor. También coinciden en el valor religioso del esperma. “Contra el uso del condón, te dicen que quedan muchos niños allí atrapados, para este mundo y para el siguiente. Cuando mueres y vas ante El Grande, esos niños que tú has privado en el condón te tirarán hacia abajo. Lo cuentan de una forma que da miedo”, narra Alieu Jammeh. Pero, en el Islam, la marcha atrás sí está permitida, y hasta aparece en el Corán. “Les preguntamos: ¿si usas la marcha atrás, dónde lo tiras? ¿En el suelo, en la cama? Si tú lo dejas en un lugar agradable, que es un preservativo, y de forma suave lo tiras a la basura, en lugar de al suelo, ¿qué crees que es mejor y más higiénico? Se sienten muy confundidos cuando les decimos eso”, explica.

En 1982, en una visita a Madrid, Juan Pablo II afirmó ante miles de fieles que “todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de la vida”. El mismo sentido de aprovechamiento del Islam y el Judaísmo, y el mismo que en Amoris, subyace en el texto del Papa Francisco: “Ningún acto genital de los esposos puede negar este significado”.

Permiso concedido -a veces- por motivos de salud

“No matéis a vuestros hijos por temor a la pobreza. Nosotros los proveemos a ellos y a vosotros”

Corán, 17:31

“No es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien”, reza la encíclica Humanae Vitae. Pero, entonces, ¿no hay ninguna situación que permita, para los religiosos más acérrimos, el uso de anticonceptivos? El mismo documento acepta que, “si para espaciar los nacimientos hay serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, es lícito tener en cuenta los ritmos naturales”. También los permite, aunque solo en parejas que ya han tenido hijos, para tener una “fecundidad menos exuberante”.

Anticonceptivos no, pero uso del calendario -para evitar las relaciones en aquellos días en los que la mujer es más fértil-, sí. Algo similar ocurre en el Judaísmo ultraortodoxo: durante la menstruación, a la mujer no se la puede tocar, está impura. Cuando termina, tras siete días, pasan por el baño, que las purifica. Y ya pueden volver a tener relaciones. “Sabemos que ese día, tras el baño, se pueden quedar embarazadas. Pues que ese día no tengan relaciones y ya”, resuelve el rabino Bitton. Pero el ciclo femenino no es un reloj, ni mucho menos, tan preciso. ¿Qué pasa si se queda embarazada un día distinto al del baño? “Es lo que Dios quiere”, responde.

El método anticonceptivo informal, para el Corán, es la lactancia materna. Los escritos establecen que una madre debe dar el pecho al menos dos años. “Nueve meses de embarazo más otros 24 meses…”, calcula Ousman M. Had, presidente de la Comisión Hajj de Gambia -encargada de la peregrinación a la Meca- y miembro del Consejo Supremo Islámico del país, “en el Islam creemos que ese es un tiempo muy razonable para la madre y el bebé”.

La lactancia como método

La amenorrea de la lactancia es un método anticonceptivo que solo pueden utilizar mujeres que acaban de dar a luz. Para que sea eficaz tienen que cumplirse tres criterios: que la madre lleve a cabo una lactancia exclusiva, que no le haya vuelto la menstruación y que el hijo recién nacido tenga menos de seis meses. En Gambia, muchas mujeres utilizan este método por su carácter natural, pero no todas tienen una buena experiencia; si falla alguno de los tres criterios, las posibilidades de volver a quedar embarazada se incrementan exponencialmente. Muchas terminan dando de amamantar a dos hijos sin haber espaciado los embarazos.

Las tres religiones dejan una rendija abierta para casos en los que la salud está en juego.

En 2016, la malnutrición amenazó las vidas de cerca de 52 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo, según Unicef.

Muertes de mujeres en el parto

por cada 100.000 niños

Pero incluso aceptar el consejo del médico, para este líder religioso, no es algo absoluto. “A veces no confiamos en algunos expertos porque están influenciados por ideologías, movimientos, activismo…”, critica. Y ejemplifica su desconfianza: “Hace años, nuestras madres, algunas tenían diez hijos, otras más, y sin ningún problema”. Pero no es cierto. Las muertes en el parto eran muy superiores en esa época (288 por cada 100.000 partos) que ahora (216). Y es que, según la Organización Mundial de la Salud, a partir del cuarto hijo se incrementa el riesgo de muerte para la madre.

El rabino del hospital de Bnei Brak coincide en separar razones económicas de problemas de salud: “Si se planifica por motivos de dinero, no es aceptable, si se hace por motivos emocionales o de salud, sí”. Eso sí, siempre que ya se haya tenido, al menos, un niño y una niña.

El doctor Oelsner es Jefe de Ginecología del mismo hospital y lleva 14 años trabajando, mano a mano, con el rabino. Necesita su firma para cualquier intervención, también una ligadura de trompas o poner un DIU. “Si hay un problema de salud, como cuando la mujer ha tenido muchas cesáreas, se lo explico y él lo acepta”, cuenta. “El médico recomienda y la mujer pide permiso al rabino”, completa el rabino del centro.

Sí a los anticonceptivos -con condiciones-, si hay problemas o riesgo para la salud. No, si la causa es económica. Y ni se menciona ni se tiene en cuenta otra razón: la libertad de elección personal de la mujer, relegada a un segundo plano: necesita el consentimiento, cuando no la decisión, del marido y/o del rabino, en este caso.

Según el estudio Coming of age in the classroom: religious and cultural barriers to comprehensive sexuality education, el control sobre la sexualidad de la mujer como una forma de moralidad incrementa el poder del hombre sobre la familia y relega a la mujer al plano doméstico, reforzando el patriarcado.

Cuando todos deciden menos tú

“Te educan desde pequeña para que pienses que los hijos son bendiciones. Te enseñan que tu trabajo, tu propósito en la vida, es tener todos los hijos que puedas”, cuenta Evelyn, de 28 años. Hace cinco años que se divorció del que era su marido y padre de su hija y dejó el mundo del judaísmo ultraortodoxo.

Evelyn consiguió posponer su matrimonio hasta los 18 años, pero no pudo alargar mucho más el momento de quedarse embarazada: “Yo sabía que no quería tener hijos, por lo menos en los tres primeros meses después de casarme, pero sabía que no tenía mucha más opción”. “La mayoría de la gente ni siquiera va al rabino a preguntar por anticonceptivos, a no ser que la mujer esté enferma. La primera vez que yo pedí permiso para usar anticonceptivos porque era joven para tener hijos, mi rabino me dijo que no”, explica.

Cuando Evelyn tuvo a su hija, ahora de 9 años, decidió que no quería volver a quedarse embarazada y comenzó a tomar las pastillas anticonceptivas sin el conocimiento de su marido ni de su rabino. “Si el rabino no te da el permiso no puedes hacer nada”, cuenta. “En el mundo del judaísmo ortodoxo nadie cree a la mujer, así que, si dices, por ejemplo, que tu periodo ha terminado, nadie te cree. Tienes que enviar tus bragas al rabino para que lo examine y te diga si puedes purificarte”.

Su marido se enteraría poco después de que estaba usando un método anticonceptivo y le quitaría la tarjeta sanitaria: “Me dijo que las iba a comprar él, pero en realidad nunca me devolvió la tarjeta”. Evelyn, entonces, sin posibilidad de conseguir las pastillas, tomó la decisión de no ir al baño ritual, por lo que no estaría purificada y su marido no dormiría con ella. “Así que, durante dos años, no tuve sexo”. Con un ultimátum de su marido, Evelyn se divorció y comenzó la universidad. “Creo que mi hija de 9 años sabe más de sexualidad que yo cuando tenía 16 años”.

Educando en contra de los anticonceptivos

“Hay que llamar la atención de los educadores sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad”

Adaptación del Humanae Vitae

El mismo estudio firma que “la religión tiene un papel fundamental produciendo y reproduciendo argumentos morales en contra de la educación sexual”. En Guatemala, como informó Nómada, la filiación conservadora de altos funcionarios del Ministerio de Educación, así como la influencia de las confesiones católica y evangélica en el currículo escolar, han excluido la educación sexual en las aulas.

En España, en 2009, el entonces obispo de Palencia, José Ignacio Munilla, comparó la Guía de educación sexual de la Unesco con el pan y circo del Imperio Romano. En 2015, ya como obispo de San Sebastián, escribió en su libro Sexo con alma y cuerpo que la mayoría de los cursos de educación afectivo-sexual que se imparten en la red de enseñanza pública “no ofrecen una educación sexual sino una mera enseñanza de la práctica genital”. En 2004, Juan Antonio Reig Pla, entonces obispo de Segorbe-Castellón, afirmó que la educación sexual que se da en las aulas se reducía a “exaltar la homosexualidad”. En la asignatura de Religión en escuelas públicas pueden hablar -o no- del tema según sus propios términos, puesto que es la Conferencia Episcopal quien decide el currículo y los contenidos.

Y esa falta de educación sexual tiene consecuencias. Yair Hass, de Hillel, habla sobre sus usuarios: “No saben absolutamente nada, es un tema tabú. El día de su boda, uno de ellos no sabía cómo se creaba un niño ni las diferencias entre un hombre y una mujer”. Sarah Reich, exultraortodoxa y voluntaria de esta organización, cuenta que, aunque recibió el “extraordinario” permiso del rabino para usar anticonceptivos, nadie le enseñó “cómo evitar tener hijos”. Y a los dos meses de casarse se quedó embarazada. Para evitar un segundo embarazo, se levantaba de la cama tras tener relaciones y “saltaba, saltaba muchísimo, hacía cientos de saltos”.

Los hombres interpretan las leyes de dios

Pero ni todos los líderes religiosos aplican las reglas de la misma forma ni todos los creyentes las hacen suyas al 100%. En México, un grupo de mujeres lleva años difundiendo otro punto de vista, Católicas por el derecho a decidir. Su serie de animación, Catolicadas, que ya va por la novena temporada, aborda temas como el aborto, la educación sexual o los anticonceptivos, entre muchos otros.

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Tratan temas como el papel de la mujer en la Iglesia Católica, la prohibición del preservativo o la educación sexual

En uno de los capítulos, Sor Juana, la protagonista, se enfrenta a su alter ego, el Padre Beto -un gruñón chapado a la antigua- para reclamar que las mujeres también puedan ser curas y dar misa.

Para Mijal Prince, investigadora sobre sexualidad femenina en mujeres religiosas en Tel Aviv, las cosas han evolucionado a mejor: “Ahora, siete años después de mi primera investigación, el mundo ha cambiado, las mujeres han cambiado, hablan y escriben. Yo escribo una columna semanal sobre sexo en una revista para mujeres religiosas de 40.000 ejemplares, es una locura”.

Fanta Jatta, responsable del programa de derechos de las mujeres de la organización Action Aid International, en Gambia, cree que los anticonceptivos no están vetados en las escrituras del Islam. “Lo importante es el entendimiento de los textos y cómo los interpreta la gente y, desafortunadamente, hay más hombres educados en temas religiosos que mujeres. Así que la interpretación está hecha, mayoritariamente, por hombres”.

Ronit Irshai, profesora del programa de Estudios de Género de la Bar-Ilan University de Jerusalén, coincide en el análisis. Según ella, la clave está en “no depender de los hombres y poder ser capaces de aprender las fuentes e interpretar la ley judía para que respete a las mujeres”. “La revolución ha comenzado”, concluye.

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