Para entender este conflicto es necesario mirar a la figura del belga Mario Blancke, de 67 años,
quien personifica la transformación del extranjero seducido por el litoral malagueño a agente
inmobiliario y activista político. Blancke llegó a la Axarquía hace más de treinta años tras
unas vacaciones de tres semanas en la Costa del Sol. Enamorado del entorno, decidió mudarse
definitivamente a España persiguiendo el sueño mediterráneo.
Según su versión, él mismo acabó convirtiéndose en víctima de la gestión municipal de Alcaucín,
sufriendo en carne propia la inseguridad jurídica de una licencia de obras cuestionada por la
administración autonómica.
En 2008, fundó junto a otros compatriotas la asociación SOHA (Save Our Homes in Axarquía) para
defender a los miles de propietarios extranjeros afectados.
Convencido de que la solución solo podía gestarse desde las instituciones, dio el salto a la
política local: entró en el Ayuntamiento en 2011 como edil por Los Verdes y alcanzó la alcaldía
entre 2015 y 2019 liderando la candidatura de Ciudadanos. Actualmente mantiene un escaño como
concejal de la oposición por la plataforma Somos Alcaucín. Su otra faceta pasa por la empresa
inmobiliaria especializada en la Axarquía que fundó al poco de instalarse.
Mario Blancke sostiene que "la mayoría de los compradores extranjeros actuaron de buena fe".
Según su relato, para un británico o un alemán es inconcebible construir una casa sin permiso.
El Ayuntamiento les daba luz, agua, recogía su basura y cobraba el IBI,
validando una apariencia
de legalidad.
Para la Junta de Andalucía, que durante años miró para otro lado sin
fiscalizar eficazmente los desmanes municipales, esas viviendas eran ilegales al levantarse en
suelo no urbanizable.
A finales de la década del 2000, en plena burbuja, la Junta intentó poner orden y miles de
jubilados europeos se toparon con expedientes urbanísticos y amenazas de demolición. El impacto
fue doble para quienes veían esas casas como inversión: los inmuebles no solo perdieron más del
50% de su valor, sino que en la práctica, sin papeles, eran invendibles.
La versión de los "compradores de buena fe" es cuestionada frontalmente por quienes llevan
décadas denunciando la destrucción del territorio. Rafael Yus, histórico portavoz del Gabinete
de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA-Ecologistas en Acción) considera que el
desconocimiento no exime de la realidad de la corrupción: "Todos sabían que estaban pagando una
mordida; muchos entregaban un dinero que el alcalde les decía que era para 'festejos' y luego se
lo quedaba él".
Yus recuerda que los compradores, asesorados o no, entraron en el juego de obtener licencias en
un suelo donde era evidente que no se podía urbanizar. "El Ayuntamiento no tiene capacidad de
dar una licencia en suelo no urbanizable, ese papel no es válido, y ese era el sistema que se
había creado allí", sentencia.