Un viaje a los grandes focos del fuego en Europa
1. Grecia
Eubea, el paraíso que se convirtió en infierno primero por el fuego y luego por el agua
La carretera que serpentea por las montañas muestra, curva tras curva, los contrastes que han hecho famosa a Eubea: las laderas cubiertas de bosques de pinares que llegan hasta bañarse en las aguas cristalinas del Egeo, mezclados a los olivos y los arbustos de las hierbas aromáticas. El verde dominante en esta primavera que se parece demasiado al verano lo rompen las colmenas de los productores de miel y las flores rosa púrpura de los algarrobos locos que puntean de vez en cuando el paisaje.
A mediodía, cuando el sol cae en picado sobre las cabezas, la naturaleza se ve boyante. Es hacia el atardecer cuando los rayos oblicuos relevan contrastes más dolorosos. El gris que mancha muchas cuestas se hace entonces más evidente: son los esqueletos de árboles quemados, cientos de pinares y abetos ya muertos, algunos erigiéndose aún hacia el cielo como gigantes desplumados, muchos otros caídos y esparcidos por el terreno como palitos de un enorme Mikado. Son las heridas que Eubea conserva del incendio que durante días, en el verano de 2021, arrasó el norte de la isla, sumiendo a la población local en una angustia que dos años después aún no se ha borrado.
Desprendimientos de tierra en medio del resto de los bosques quemados en el incendio de 2021 en Eubea. Foto: Daphne Tolis
"Se quemaron los bosques, perdimos los olivos, los animales y, con ellos, una parte de nuestra alma", dice Dimitris Alexiou, un profesor de física jubilado, mientras saborea un cappuccino, en una terraza de la principal plaza de Rovies, uno de los pueblos más golpeados por el incendio. Hay días en los que aún le parece percibir el olor a quemado que persistió en el aire durante meses en las zonas más afectadas de esta isla, la segunda de Grecia por dimensiones, en la que el fuego quemó 52.000 hectáreas, en uno de los incendios más destructivos de los últimos años en Europa.
Imágenes satélite de antes y después del incendio de Grecia en 2021
Fuente: imágenes de satélite de Copernicus Sentinel-2
"Las llamas rodeaban las casas. Un pequeño fuego se convirtió en un incendio enorme, que en tres horas se volvió incontrolable porque, en estos casos, o estás allí inmediatamente o es imposible pararlo. Cuando el fuego empezó, a principios de agosto, no mandaron inmediatamente aviones porque estaban ocupados en otras operaciones cerca de Atenas y en la antigua Olimpia. Sacrificaron esta parte de Eubea para salvar Varibobi", comenta Alexiou, en referencia al suburbio verde a 20 kilómetros de Atenas que también se vio envuelto en llamas en aquellos días.
Es una consideración compartida entre los vecinos. "Cuando los aviones llegaron, ya era demasiado tarde", subraya el profesor. A sus espaldas, detrás de las últimas casas, se erige el monte que, dice, ha cambiado cara. El verde que luce es por la vegetación nueva que creció tras el incendio y que engaña al visitante que no tiene memoria de los pinares y los abetos que cubrían sus laderas.
"Todos los problemas crónicos del estado griego se manifestaron a la vez", dice Alexiou, marcando la palabra griega ἐπῐφᾰ́νειᾰ, epifanía. "Vimos miedo y falta de preparación. Y que el principal objetivo de las autoridades era evacuar a todo el mundo". En las decisiones del Gobierno conservador de Kyriakos Mitsotakis pesaba el recuerdo de lo que había ocurrido con el incendio de 2018 en Mati, en la región de Ática, un desastre en el que murieron 102 personas y que supuso un durísimo golpe para el Ejecutivo entonces liderado por Syriza.
Los bosques de Evia quemados después del incendio de agosto de 2021. Foto: Daphne Tolis
"Por eso, los servicios de emergencia estaban centrados en la evacuación", confirma Theodoros Keris, que atiende a elDiario.es en una pausa mientras trabaja a pie de obra en el último encargo que ha tenido para su pequeña empresa de construcción. Es el presidente de la comunidad local de Rovies, que engloba el pueblo y las aldeas cercanas, y como tal en aquellos días de agosto de 2021 se convirtió en el coordinador de la protección civil de la zona.
La figura de Keris, un hombre de constitución fuerte y de mirada firme, parece encogerse cuando, sentado de espaldas al mar, empieza a recordar lo que el pueblo vivió. "Era como una zona de guerra. Al cuarto día sin dormir cerré los ojos unos minutos. Luego salí hacia el mar con mi todoterreno, lo paré cerca de la orilla y me sumergí en el agua después de haberme atado con una cuerda al vehículo, porque así si me dormía no se me llevaría la corriente", cuenta Keris, mientras su mirada se pierde como si, durante unos instantes, volviera a revivir la angustia que sintió.
Vecinos de Eubea a bordo de un ferry durante las evacuaciones por los incendios en Eubea en agosto de 2021. Foto: EFE/EPA/Kostas Tsironis
"No había ningún plan para detener el fuego. ¿Por qué? Porque no sabían cómo apagar el fuego en bosques, sólo sabían actuar en zonas urbanas. No había helicópteros, ni aviones... No dormí durante días, tratando de salvar lo que podíamos", dice. Como muchos otros aquí, señala a 1998 como el origen de lo que ocurrió en 2021 en Eubea y también –en dimensiones aún peores– en 2023 en Evros, en el norte de Grecia. Ese año se produjo un cambio de atribuciones en la gestión de los incendios en las zonas boscosas del servicio forestal al cuerpo de bomberos.
"Fue un error estratégico del Estado griego. Hasta aquel momento los bomberos eran un cuerpo de intervención en zonas urbanas. En 1998, hubo de un día para otro un cambio sin preparación, ni entrenamiento. 26 años después los bomberos te dicen que aún siguen aprendiendo, porque tienen limitaciones en cuanto a entrenamiento y equipamiento y, sobre todo, no conocen el territorio en el que van a actuar. Y esto, y lo digo también como voluntario de protección civil, es lo que determina el 90% del éxito en los incendios", dice Elias Tziritis, Coordinador de Acciones contra Incendios Forestales de WWF Grecia.
Fue un cambio que desequilibró aún más la balanza de los recursos, en un contexto en el que según Tziritis la intervención estatal se basa en gran medida en una filosofía de supresión más que de prevención. Según un informe publicado por la organización en 2022, resultado de una investigación inédita sobre la gestión y la asignación de fondos, en el periodo 2016-2020, casi el 84% de los recursos iba destinado a la supresión de los incendios y solo el 16% a la prevención.
Colmenas en medio de los bosques, en Eubea. Foto: Daphne Tolis
"Durante los últimos 20 años, desde el comienzo de los años 2000 hasta ahora, el servicio forestal ha sufrido una gran escasez de fondos para hacer prevención, con recortes de hasta un 50%. Después de la publicación de nuestro informe, por primera vez en 25 años, el Gobierno anunció un plan, el proyecto Antinero, para la gestión del combustible forestal con un sustancial aumento de fondos. Sin embargo, no son suficientes. Si hace dos años era 16/84 ahora la proporción es 20/80. Hay que llegar al menos a una proporción de 40/60, es decir aumentar mucho más la inversión en prevención, que es la estrategia que ha adoptado Portugal después de los incendios de 2017", subraya Tziritis.
Desde el Ministerio de Crisis Climática y Protección Civil de Grecia, de reciente creación, en respuesta a preguntas de elDiario.es informan de que se ha empezado un entrenamiento conjunto del servicio forestal y del cuerpo de bomberos en la región de Ática, en zonas identificadas como más vulnerables, en colaboración con la compañía de servicios públicos de electricidad y el operador nacional de distribución de electricidad. "El Gobierno griego está trabajando de forma coordinada y metódica en la estrategia 'prevención, preparación, disposición, intervención inmediata", ha declarado el Ministro Vassilis Kikilias, quien ha apelado a la ciudadanía para una conciencia y esfuerzo colectivo ante una temporada que se anuncia difícil. Entre las acciones decididas tras los eventos extremos de los últimos años, está la creación de una base de datos nacional de riesgo y la aprobación de un programa para reforzar y modernizar las dotaciones de la Protección civil, aunque los nuevos equipos no llegarán hasta 2025. También se ha completado el entrenamiento de 650 nuevos bomberos para 10 nuevas Unidades Especiales de Operaciones Forestales que se añaden a las seis ya existentes.
Otra de las conclusiones del informe de WWF subrayaba las lagunas en materia de transparencia y rendición de cuentas, y de participación de los ciudadanos en el proceso de planificación de la identificación de necesidades o en los procedimientos de toma de decisiones.
Los restos de una casa arrasada por el fuego en agosto de 2021 en Rovies. Foto: Daphne Tolis
Es precisamente una de las razones por las que Dimitris Alexiou junto a otros 40 ciudadanos de las localidades de Eubea afectadas por el fuego, como Rovies y Limni, han creado una asociación, que han llamado EGEAS, para reclamar que se involucre más a la población local en la planificación de la gestión medioambiental y de los fondos para las intervenciones decididas por el Gobierno después de los incendios de 2021 y también de lo que vino después. Porque en Eubea después del fuego, la destrucción llegó por el agua.
La isla sufrió los efectos devastadores de las tormentas Daniel y Elias, que se produjeron en septiembre de 2023 separadas por un puñado de días. Al menos 17 personas murieron en todo el país y en algunos lugares en un solo día llovió en un día todo lo que suele hacer en un año. "Grecia se enfrenta a una guerra en tiempos de paz", dijo entonces Mitsotakis. "La crisis climática está aquí y nos obliga a verlo todo de otra manera".
"Después de las inundaciones, a mí lo que me da miedo no es el fuego, sino el agua. Lo que pasó en septiembre fue una consecuencia de los incendios. Es una herencia pesada que dejaron. Y puede volver a pasar", dice Vangelis Triantafillou mientras repasa los vídeos que grabó con su móvil aquellas semanas en las que el agua y el barro inundaron las calles de Gouves. Este pueblo –cuyo nombre, explica Triantafillou, significa "cuenca", porque se erige en un pequeño valle rodeado por montes– había copado las portadas de medio mundo dos años antes con las imágenes del fuego que rodeaba las casas, y la foto icónica firmada por el periodista Konstantinos Tsakalidis de una mujer que se desesperaba frente a su casa, elegida por la revista Time como una de las fotos del año.
Vangelis Triantafillou, en la ‘taverna’ que su familia regenta en Gouves. Foto: Daphne Tolis
Triantafillou, que es presidente de la comunidad local de Gouves (330 vecinos y otros 30 de la pequeña aldea cercana de Kastrí), recuerda cuando recibió la llamada de los servicios de emergencia con la primera orden de evacuación. "Fue uno de los peores días de mi vida, si lo pienso ahora aún me viene la piel de gallina. No esperábamos que el fuego llegara tan rápido. Había que informar a la gente, tocar las campanas de la iglesia del pueblo para que todo el mundo supiera lo que estaba pasando", dice sentado en el porche de la taverna que su familia abrió hace treinta años en la que había sido la casa de sus bisabuelos. Sus fotos cuelgan en una pared junto a otros retratos de la saga familiar y a estampas de un mundo rural que durante siglos ha vivido de la riqueza del monte: la miel, la madera, los olivos, la resina de los árboles.
"Yo entendía la orden de evacuación hasta cierto punto. Me parecía bien evacuar a las personas mayores, vulnerables, a los niños. ¿Pero el resto? El resto, hábil para trabajar y ayudar, teníamos que quedarnos porque conocíamos el territorio y sabíamos cómo lidiar mejor con los fuegos", dice. Fue lo que él y muchos otros hicieron. "Nos quedamos y trabajamos todos a una, como un puño, y usamos todos los medios a nuestro alcance para tratar de apagar el fuego. Nos autorganizamos". Fue eso, asegura, lo que les permitió que ninguna de las casas del pueblo se quemara, como sí ocurrió en otras localidades de la isla.
Cuando a Triantafillou se le pregunta si cree que en estos dos años algo ha cambiado, primero se encoge en hombros y cabecea. Luego, añade que ha habido un poco de limpieza del monte, para la que los servicios forestales han contratado a gente que antes de que los incendios trabajan con la resina de los árboles. "Pero no hay planes, es solo que nosotros ya tenemos un máster en incendios. No esperamos nada ni que nadie haga algo. Si vuelve a pasar, estaremos aquí para defender nuestras casas".
El miedo al fuego lo han perdido, pero queda el miedo al agua. Aquí y en otros puntos de la isla, después de los incendios de 2021, se planeó la construcción de barreras de hormigón para contener los detritos y encauzar el agua en caso de fuertes lluvias. "Los proyectos no llegaron a tiempo para parar las inundaciones. Ahora han acelerado las obras. Es correr detrás de los eventos, algo muy típico aquí, es cómo funciona la mentalidad de las autoridades", dice Triantafillou. Ahora, en las montañas, junto a los desprendimientos de tierra que se ven como heridas abiertas, han aparecido estas construcciones que no todos ven con buenos ojos.
Barreras de hormigón anti-inundaciones en Rovies. Foto: Daphne Tolis
"En lo que respecta a la adaptación al cambio climático, estamos viendo que tenemos proyectos de lo que llamamos infraestructura gris. Hablamos de proyectos cuyo objetivo es reducir el impacto de, por ejemplo, una inundación. Pero lo estamos haciendo de una manera que hoy en día se considera anticuada. No hacemos hincapié en las soluciones basadas en la naturaleza. Por ejemplo, en lugar de reforzar los estuarios de un río, la desembocadura o las riberas, construimos infraestructuras grises con cemento para regular el caudal del río", apunta Kostis Grimanis, jefe de campaña de Clima y Energía de Greenpeace Grecia. Después de los incendios la organización realizó decenas de entrevistas con los vecinos para entender cómo su vida había cambiado. Algunos han perdido sus trabajos, otros recibieron una ayuda que no es suficiente. Pero lo que todos decían era que deseaban que se trabajara en la regeneración de la foresta, para que sus hijos pudieran vivir de las mismas actividades que se han desarrollado en Eubea durante décadas.
Y sin embargo Grimanis es pesimista: "En toda honestidad, no estoy nada seguro de que no volvamos a ver los mismos incendios también en 2024".
Vista de uno de los montes quemados durante el incendio de 2021 en Eubea. Foto: Daphne Tolis
El meteorólogo Kostas Lagouvardos, director de Investigación del Observatorio Nacional de Atenas, también alerta sobre lo que pueda pasar en el futuro próximo, recordando que los fuegos de 2021 y de 2023 fueron también el resultado de olas de calor prolongadas. "Sabemos que en el futuro serán más frecuentes y largas", explica. "Pero antes de mirar a las previsiones para los próximos años, debemos mirar lo que ha ocurrido en los últimos 30: la temperatura ha aumentado 1,5 grados, y en algunas partes del norte de Grecia, hasta dos. Es una gran diferencia en un corto plazo de tiempo. Y no es un escenario, es la situación real", dice el experto, que añade: "Pero no tengo la sensación de que en Grecia o en España o Portugal los políticos estén realmente preocupados. Digo realmente, no en palabras".
Hechos son los que piden también los vecinos de Eubea, después de dos años y medio en los que vivieron los peores incendios y las peores inundaciones. Alexiou lo tiene claro: "Teníamos un paraíso que se convirtió en un infierno. La lógica dice que deberíamos estar mejor preparados, también ante las inundaciones. No nos podemos permitir volver a pasar por lo mismo, no podemos permitirnos nuevos incendios".
2. Portugal
Las 116 muertes que despertaron a un país
El agua de la alberca de Nordeirinho, una aldea oculta entre pinos y eucaliptos en el centro de Portugal, está tan fangosa que el líquido tiene el tacto del barro. Es improbable pensar que este cubículo de poco más de dos metros de largo y uno de ancho salvó en junio de 2017 la vida de un grupo de vecinos en el incendio más mortífero de la historia del país. Murieron 66 personas, la mayoría atrapadas en sus coches o corriendo por el bosque mientras trataban de huir de las llamas. En algunos casos el fuego ni siquiera tocó sus cuerpos. El aire era tan caliente y huracanado que mataba. Solo 11 habitantes de los 40 que entonces tenía Nordeirinho han sobrevivido para contarlo.
Siete años después, los frondosos bosques de la zona ya no son un espejo de lo que pasó pero los habitantes siguen enfrentándose a las consecuencias de un suceso que los condenó a enterrar a amigos, vecinos y familiares sin descanso durante una semana entera. "Fuimos un pueblo mártir y quiero pensar que todo pasó porque el país tenía que despertar y darse cuenta de lo que venía con el cambio climático", sostiene Dina Duarte, presidenta de la Asociación de Víctimas del Incendio de Pedrógrão Grande (AVIPG).
Dina Duarte, presidenta de la Asociación de Víctimas del Incendio de Pedrógão Grande (AVIPG). Foto: Matilde Fieschi
Portugal es el país europeo que ha sufrido más grandes incendios –aquellos que afectan a más de 500 hectáreas– desde comienzos de siglo. También gana en superficie quemada: dos millones de hectáreas han quedado arrasadas en los últimos veinte años en 865 fuegos. Al incendio declarado en la freguesia de Pedrógrão Grande tras el contacto de una línea eléctrica con un castaño le siguió en octubre del mismo año otro gran fuego –el segundo peor desde el año 2000 en Europa– que dejó medio centenar de fallecidos más en las regiones de Coimbra, Viseu y Aveiro cuando el país aún lloraba a los muertos de junio. 116 fallecidos en apenas cuatro meses.
Imágenes satélite de antes y después del incendio de Portugal en 2017
Fuente: imágenes de satélite de Copernicus Sentinel-2
"Realmente no veo la manera, no consigo ver cómo vamos a impedir los grandes incendios que ya se están produciendo y los que vendrán en el futuro. A estas alturas el objetivo es que provoquen el menor daño posible al medio ambiente y a las personas", asume Joaquim Sande Silva, profesor especialista en ecología del fuego del Instituto Politécnico de Coimbra y experto de la comisión independiente que investigó los dos grandes incendios de hace siete años por encargo de la Asamblea de la República (el equivalente al Congreso de los Diputados en España). En su análisis temporal, el ciclo del terror no empezó en 2017 sino en 2003, cuando muchos incendios declarados en decenas de puntos arrasaron el país desde Castelo Branco a Beja.
Portugal reúne un triángulo peligroso de condiciones que lo hacen muy frágil ante el fuego, según el experto. Por un lado, un bosque mediterráneo "atenuado" con lluvias que hacen crecer mucho la vegetación y "un calor que deja seca toda esa biomasa". Por otro, una cultura de hacer quemas para "limpiar el bosque" y, finalmente, una respuesta desordenada en el combate del fuego y poco trabajo, al menos hasta 2017, de prevención. La mayor parte de los bomberos son voluntarios.
Si hay un punto de inflexión, este es, precisamente, 2017. Portugal ocupó las portadas de todos los medios internacionales por la cantidad de víctimas mortales. Las imágenes de los coches calcinados en medio de la carretera dieron la vuelta al mundo y el impacto que causaron en el exterior también empujó cambios en el país. El shock, dicen varias fuentes consultadas para este reportaje, despertó la conciencia de los responsables políticos.
Llamas en el incendio de Pedrógao Grande, el 17 de junio de 2017. Foto: EFE/EPA/Paulo Cunha
El Gobierno socialista de entonces, liderado por António Costa, creó una entidad pública especializada, la Agencia para la Gestión Integrada de los Fuegos Rurales (AGIF, por sus siglas en portugués) y echó a andar un programa nacional de acción. Francisco Ferreira, presidente de la asociación ecologista Zero, explica que el plan incluía "97 proyectos para el cuidado de los espacios rurales, la modificación de comportamientos y la gestión eficiente del riesgo", que se han ido evaluando año a año.
"Se han visto algunos resultados. Por ejemplo, si el 80% de la inversión se destinaba en 2017 a la lucha contra el fuego, en 2022 el porcentaje era del 39% y el resto se ha desplazado a la prevención", cuenta Ferreira, que subraya que desde entonces no ha habido víctimas y "se ha reducido un 50% el número de incendios". En los periodos que han sucedido al año funesto de muertes ha habido una mejora sustancial, a excepción de 2022, cuando se registraron incendios importantes en muchas zonas del país con más de 100.000 hectáreas quemadas.
Sande Silva es más crítico con la forma de prevención adoptada por las instituciones. Desde 2018 se obliga a los propietarios de terrenos forestales a "limpiar" la zona de matorral bajo una amenaza de multa de hasta 120.000 euros. Además, las márgenes de las carreteras deben estar despejadas en la zona más próxima al asfalto –en 2017 varios árboles cayeron a la vía– y en los núcleos con casas las copas de los pinos y los eucaliptos tienen que estar separadas al menos por diez metros y por cuatro si se trata de otras especies. "Estamos trabajando en comparar zonas cortadas y no cortadas y no vemos diferencias en términos del avance del fuego", sostiene el profesor.
El norte de Portugal, como la fachada norte de España, tiene un problema con los eucaliptos. La especie invasora se ha desmadrado: ocupa unas 845.000 hectáreas, más de un 25% de la superficie forestal total en el país, confirma Ferreira. A esto también se ha intentado poner coto limitando la plantación de nuevas superficies por decreto en 2018. Desde entonces, los promotores deben garantizar que restauran un área dos veces mayor a la que pretenden plantar y ha aumentado la burocracia para hacerlo, dice el presidente de la asociación ecologista.
"Con cada incendio se ha hecho un informe de expertos y luego las conclusiones se aplican solo parcialmente. Hasta que vuelve a pasar. Yo repito mucho que no es solo esperar a que llegue el fuego y echar agua", manifiesta el profesor del Instituto Politécnico de Coimbra, partidario de la "profesionalización" del cuerpo de bomberos como un elemento clave de la lucha contra los incendios en el futuro.
Sergio Lourenço, adjunto de comando en la base de bomberos de Pedrógão Grande. Foto: Matilde Fieschi
Sergio Lourenço es adjunto de comando en la base de bomberos de Pedrógrão Grande. Ahora mismo estaría sentado en el banquillo, junto a otros diez encausados por homicidio negligente, si no fuera porque su jefe le envió a otro fuego que no le correspondía por zona. En Portugal el primer comandante que llega a un incendio se convierte en el coordinador. Un tribunal de primera instancia de Leiria absolvió a todos en 2023 pero el Ministerio Público ha recurrido la sentencia y el proceso continúa.
¿Hoy estarían preparados para asumir un incendio como el de 2017? "No para algo tan grande que ardió a esa velocidad. El fuego recorrió 20 kilómetros en 20 minutos", afirma Lourenço moviendo muy rápido el dedo de este a oeste mientras apunta al horizonte. El fuego provocó un fenómeno meteorológico llamado downburst que se produce cuando colapsa una columna de gases calientes. Ese reventón creó fortísimas corrientes de aire que empujaron el incendio a grandes velocidades –lo que los vecinos recuerdan como "tornados de fuego"– y desplazaron también materiales incandescentes.
Una de las casas de la aldea Nordeirinho que aún no han sido reconstruidas tras los incendios de 2017. Foto: Matilde Fieschi
El bombero considera, sin embargo, que los ciudadanos tienen más conocimientos ahora. Que no volverían a repetir aquella caótica huida surgida del pánico. La mayor parte de las muertes se produjeron en la carretera que une Figueiró dos Vinhos y Castanheira de Pera. Había vecinos que trataban de escapar; otros tuvieron la mala fortuna de estar de paso en ese justo momento. "Había gente que venía de pasar un maravilloso día en una playa fluvial de la zona", recuerda Dina Duarte, de AVIPG.
"Pensar que murió tanta gente sigue siendo un trastorno inmenso. Estamos aquí para ayudar y no conseguimos hacer prácticamente nada", relata Lourenço con un hilo de voz que se le agarra a la garganta. Después, pasado el momento crítico, consigue recordar con todos los detalles a las personas que subió al coche de bomberos el primer día del incendio. Se dedicó a recoger a heridos que caminaban a la deriva por la carretera para llevarlos hasta el helicóptero de evacuación. Describe a punto del llanto la imagen del retrovisor del coche, el avance voraz de las llamas reflejado en el espejo.
Adentrarse en los territorios quemados no es meterse en las tripas del fuego sino en algo que es mucho más duradero: el recuerdo de las llamas. A sus habitantes les robaron el privilegio –y la inocencia– de vivir los incómodos días de calor y viento sin miedo. "Lo que pasó aquí fue un aviso para toda Europa. Fue un ‘mira lo que empieza a pasar’", apunta Duarte, que recibe a elDiario.es en la antigua escuela de Figueira (Graça), sede de la asociación desde que la instalación no se usa porque no hay niños en la aldea.
Cartel que prohíbe fumar y hacer fuego en las inmediaciones del monumento a las víctimas de los incendios de junio de 2017. Foto: Matilde Fieschi
La organización ha montado una pequeña exposición de objetos deformados, irreconocibles por el efecto del fuego: una taza de cerámica abigarrada, una pieza de acero que pertenecía a un coche, unas gafas graduadas… En la parte superior, un mural recuerda a todas las víctimas con sus nombres y apellidos. Duarte posa el dedo sobre uno: Bianca Antunes Henriques. Tenía tres años y murió en Nordeirinho intentando escapar del fuego con su abuela. Era la única niña de la aldea.
"Montamos esto para mantener la memoria de la gente que falleció. Para recordar a los estados que deben estar preparados porque nosotros, los ciudadanos, depositamos nuestra confianza en ellos para protegernos", proclama antes de que las lágrimas le ahoguen los ojos otra vez. La culpa de los que se quedaron y el "¿por qué no fuimos nosotros, sino ellos?" todavía le quita el sueño.
3. España
En busca de una nueva estrategia para asegurar el futuro de la sierra de la Culebra
Cuando se llega a lo alto de Peña Mira, se pisa la cumbre de unas montañas viejas con unos 300 millones de años. Desde allí se otea casi toda la sierra de la Culebra, en Zamora. Al norte, están los bosques. Al sur se abren grandes extensiones de monte sin apenas árboles. A ojo de prismático se distingue un trajín de máquinas y camiones transportando troncos negros. En 2022, 34.000 de sus 70.000 hectáreas acabaron carbonizadas en dos devastadores incendios forestales. Fallecieron cuatro personas.
Imágenes satélite de antes y después del incendio de Zamora (España) en 2022
Fuente: imágenes de satélite de Copernicus Sentinel-2
Fueron dos siniestros separados por apenas un mes provocados por rayos y empujados a gran velocidad por las condiciones meteorológicas secas y calurosísimas, hijas del cambio climático. Los datos oficiales dicen que, en algunos momentos, las llamas avanzaban a 18 metros por segundo, es decir casi 65 km/h. La franja de pinares que discurría entre las localidades de Tábara y Mahíde ardió casi por completo. Es una línea de 30 kilómetros de árboles calcinados.
"Veremos otros incendios en la vida, pero como ese no creo", reflexiona Eduardo, vecino de Boya un pueblo de apenas 56 habitantes que pertenece al propio Mahíde. Sus castañares, famosos en la comarca, fueron pasto de las llamas aquel año. "Ahora no hay ni setas ni castañas".
Por desgracia, la visión de Eduardo –que fue evacuado durante el fuego y ahora cría algunas ovejas autóctonas que pudieron soltar para salvarlas– no parece una predicción acertada. La previsión es que incendios enormes, devastadores e incontrolables van a repetirse más a menudo debido al calentamiento global.
"Se va a repetir, lo tenemos claro porque no vemos que se estén tomando acciones decididas y adecuadas", vaticina Lucas Ferrero, vecino de Villanueva de Valrojo y presidente de la asociación La Culebra no se calla. "Nosotros tenemos nuestra voz, pero otra cosa es que nos hagan algo de caso", se queja. "Volveremos a tener un incendio como este, pero en lugar de dentro de 30 años, en 15".
Eduardo, vecino de la sierra, en su prado. Foto: Emilio Fraile
Ferrero se refiere, entre otras cosas, a que "al final sí que están repoblando con pinos y nos terminaron por decir que de las especies autóctonas van a dejar que salgan de manera natural. Y yo creo que lo suyo sería empezar por no destrozar con la maquinaria".
El asunto de volver a los pinares o intentar retapizar la Culebra con variedades diferentes menos vulnerables está revoloteando desde que se extinguieron las llamas. La organización Ecologistas en Acción emitió un comunicado de rechazo al conocerse que la Junta de Castilla y León consideraba aceptable recurrir a reforestaciones de pinos porque había registros de polen de estas especies de hace 10.000 años y, por lo tanto, serían autóctonos. "Son pirófitos" y eso, alegaban los ecologistas, empeora la propagación.
Un grupo de bomberos lucha contra el incendio en la sierra de Zamora en junio de 2022. Foto: Europa Press/Emilio Fraile.
Lo cierto es que los grandes pinares de la Culebra –que se quemaron en 2022– fueron fruto de repoblaciones iniciadas en la década de los 40 del siglo XX para intentar frenar la erosión galopante de un territorio sin árboles. Antes de eso se había gestado, durante siglos, un arboricidio en toda regla que se llevó especialmente la especie más adaptada a las condiciones climáticas de esta parte de la península ibérica: los robles melojos.
"Parece que no aprendemos nada, sobre todo a nivel de administraciones. Nosotros, la ciudadanía, creo que sí, pero, de verdad, a veces te dan ganas de tirar todo a la basura", remata Ferrero.
A inicios de abril, casi dos años después de aquellos siniestros, la sierra de la Culebra ha recibido unas lluvias de récord tras meses y meses de sequía y temperaturas fuera de lo común. Así que en muchas partes de esta tierra abrasada ha brotado la hierba allí donde antes había árboles. "Como se pone verde parece que se olvida la gravedad de lo que ha sucedido", cuenta Javier Talegón, biólogo y un auténtico guía de la sierra de la Culebra en la que trabaja desde hace décadas.
El biólogo y guía Javier Talegón en uno de los parajes de la sierra de la Culebra. Foto: Emilio Fraile
"La primera lección que deberíamos sacar después de una destrucción tan grande es, antes de hacer nada, preguntarnos: ¿qué queremos? ¿Queremos que la sierra sea una tierra de producción de madera y combustible o queremos que sea un espacio de ecosistemas funcionales y resilientes ante el cambio climático? Porque esos hábitats precisan heterogeneidad y, antes de los incendios, hasta un 30% de la superficie de La Culebra eran esos pinares uniformes", dice Talegón.
Los "monocultivos" de estas coníferas, realizados hace muchas décadas con esa idea de sujetar el suelo por un lado, pero tener un recurso económico por otro, se han revelado como aceleradores de los incendios una vez que la chispa ha prendido ya sea por un rayo, una negligencia humana o la voluntad de un incendiario.
Mirando los brezos que han florecido esta temporada "por primera vez después de las llamas", el biólogo aclara que la vegetación baja "es la cobertura de un suelo muy empobrecido por las prácticas de quemas constantes, de los manejos humanos realizados aquí históricamente". De ahí nace su demanda, a pie de sierra, de replantearse qué se desea realizar aquí.
Retirada de madera carbonizada. Foto: Emilio Fraile
"Yo veo las fincas de la gente que no vive aquí a diario, en qué condiciones las tienen y me digo a mi mismo: qué más da cómo las tengamos los que las gestionamos con la idea de que no sean combustible porque, al final, corremos el mismo riesgo", comenta en cambio Ferrero.
Y prosigue: "Si tú vas de Codesal hacia el norte, hacia Puebla de Sanabria, ves que no hemos aprendido demasiado. Ni siquiera los ayuntamientos, que tendrían que haber exigido a la Junta un perímetro de seguridad en los municipios y no lo hay. Solo tienes que pasearte y verlo: el monte se está metiendo en los pueblos. Las escobas y los urces tienen el tamaño de un roble".
En las estribaciones del municipio de Villardeciervos, uno de los núcleos donde las llamas arrasaron sin piedad, puede verse una placa resplandeciente como casi recién puesta que dice: "Peligro de incendio. Zona protegida por videogilancia". Las imágenes se captan a kilómetros de distancia en una nueva torre de 30 metros con la que uno se topa, precisamente, cuando remonta el sendero hacia Peña Mira. "Nosotros queremos que haya más prevención, porque parece que todo se arregla con contratar más bomberos y no es así", apostilla Ferrero.
Dos vecinos observan las llamas del incendio de julio de 2022 en la comarca de Tábara, Zamora. Foto: Olmo Calvo
El objetivo de la videovigilancia —un contrato de 400.000 euros de la Junta de Castilla y León—, es tener controlado el oeste de Zamora con la idea de reforzar e invertir en la estrategia de extinción. No es la primera vez que se ha optado por esta fórmula, estrenada en 2013 y que, según el Gobierno autonómico, llegó a reducir un 65% los incendios forestales. Sin embargo, parece que no sirvió de mucho para afrontar los nuevos fuegos. El que abrasó la Culebra, al final, fue conducido hacia las tierras de cultivo de regadío para que allí se autoasfixiara porque no había manera de sofocarlo. Cuando las llamas se toparon con esos campos que ya no ardían se terminaron por extinguir. "Los girasoles lo apagaron", comentaban los testigos del siniestro.
"El fuego, aunque parezca paradójico, ha abierto algunas ventanas. Yo apostaría por aprender de lo que nos han enseñado estos dos incendios: las extensiones de pino abrasado son gigantes y, al mismo tiempo, hemos comprobado cómo las manchas de robles que todavía existían en la Culebra se habían chamuscado en los bordes y se habían salvado en el centro de esas masas", comenta Talegón.
El biólogo comprobó en los meses siguientes al incendio que "en los melojares entre Boya y Villardeciervos, los robles aminoraron la violencia del fuego mientras los pinares más o menos homogéneos se vieron muy afectados". Por eso, pide "no volver a cometer los mismos errores del monocultivo, aunque lleve más tiempo obtener los resultados. Aunque cueste más".
Con todo, desde los grupos locales como el que coordina Lucas Ferrero, también consideran que resultaría útil disponer de algunos recursos para poder contrarrestar el fuego nada más detectarse: "Una formación mínima y algo de medios para un primer choque cuando el riesgo es pequeño y se puede hacer mucho sobre unas llamas de 50 centímetros. La acción ciudadana tiene que contar".
Cartel de aviso de zona videovigilada para control de incendios en Villarciervos (Zamora). Foto: R.R.
Los megaincendios son uno de los impactos y desafíos claros que la crisis climática plantea a los países del sur de Europa. Su destrucción es monstruosa. En un siniestro como el de La Culebra, la pérdida en lo que los investigadores llaman "servicios ecosistémicos" –las funciones naturales de los hábitats que favorecen a los humanos como, por ejemplo, la regulación de avenidas de agua– se cuentan por millones de euros. Un grupo de científicos de la Universidad de Salamanca calculó que en Zamora se habían perdido entre 35 y 75 millones de euros por estos conceptos.
"El cambio climático ya lo domina todo —dice el biólogo Javier Talegón—, es el nuevo factor clave porque los incendios ya van más allá de la capacidad de los recursos de extinción por lo que toca replantearse el modelo que hay en la sierra de la Culebra. Si es una reserva de la biosfera, si aglutina una serie de hábitats declarados de interés, toca replantearse la manera en la que nos relacionamos con ella".
De salida de la sierra, al preguntar a Eduardo quién ha perdido más por los incendios, contesta quedo y de pie en su prado: "De una manera o de otra, todos hemos perdido".
Créditos
Coordinación: Mariangela Paone
Análisis de datos: Raúl Sánchez y Raúl Rejón
Diseño y desarrollo: Raúl Sánchez y David Velasco
Redacción y edición: Mariangela Paone, Raúl Rejón, Sofía Pérez Mendoza
Fotografía: Daphne Tolis, Matilde Fieschi, Emilio Fraile
Infografía: Ignacio Sánchez
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