La Unión Europea busca frenar la inmigración, pero sin que se vea. Viajamos a los países donde los Estados miembros pretenden cerrar las puertas de Europa muy lejos de sus fronteras.
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En lo que va de año, las llegadas en patera a España han caído un 50,3% con respecto a 2018. Las respuestas a este rápido descenso se encuentran en Marruecos.
Tras la presión ejercida por España en la UE, los 140 millones de euros destinados a Marruecos han logrado bajar las llegadas irregulares al mismo ritmo que aumentan las denuncias de vulneraciones de derechos de los migrantes en el país vecino.
La directriz es clara. Lo reconoce el jefe de fronteras marroquí: “Las personas interceptadas tienen prohibido permanecer en el norte”. Para alejar a los migrantes de España, las redadas marcan el control cedido por Europa a Marruecos.
Otro de los muros invisibles discurre a través de Mauritania, Mali, Níger o Burkina Faso y mantiene el control de la inmigración a más de 2.000 kilómetros de distancia de la frontera europea.
A través del Fondo Fiduciario de Emergencia para África, que se nutre en su mayoría del presupuesto europeo para cooperación al desarrollo, la UE impulsa en la región actividades relacionadas con el control migratorio como la construcción de puestos fronterizos o la creación de centros de inmigrantes.
La migración baja, pero no desaparece. “Estamos bloqueados, pero nuestro objetivo es Europa”, dice Hassan en un albergue clandestino de Níger propiedad de traficantes.
El acuerdo firmado en 2016 entre la UE y Turquía se convirtió en el símbolo del portazo a los refugiados. Tres años después, ¿cuáles son sus efectos?
A la disminución drástica de las llegadas a las islas griegas le ha seguido un aumento del flujo migratorio por el río Evros. “Si la UE va más lejos, abriré las fronteras”, ha amenazado en más de una ocasión el presidente turco. En 2019, Grecia se ha convertido de nuevo en la principal ruta irregular a Europa.
Quienes intentan cruzar a Grecia se enfrentan a una devolución casi inmediata. La última expulsión del sirio Firas a Turquía derivó en una deportación a un país que no es el suyo. Es la trastienda del acuerdo UE-Turquía.
Uno de los planes más ambiciosos y polémicos de Italia en su intento de delegar el control fronterizo en Libia es el apoyo a los “guardacostas” libios, integrados por distintos grupos, a veces milicias reconvertidas.
La ciudad libia de Zuwara forma parte de “El triángulo de Lampedusa”, el foco de las salidas hacia Europa en el Mediterráneo Central, uno de los puntos que la UE trata de taponar. Mientras, la población local se siente abandonada en la tarea de atender a los miles de migrantes que acaban bloqueados, expuestos a los abusos de las autoridades y de quienes solo ven un negocio en ellos.
El hecho de que todo el mundo en Zuwara conozca a alguien vinculado con el tráfico, unido a la precariedad económica, contribuye a la normalización de una práctica de la que muchos acaban formando parte. Y todo en mitad de una guerra.
La Unión Europea reparte las llaves de Europa a otros países no comunitarios, pero la llave maestra siempre estará en Bruselas.
Mientras financia parte del control fronterizo de terceros países, la UE carece de vías para vigilar que el dinero público no desemboque en políticas que vulneran los derechos humanos.