¿Quién mece a las madres?
Bolivia es uno de los países más peligrosos de América para ser madre. Dos mujeres al día mueren al dar a luz. En un país de mayoría indígena, muchas mujeres sienten que el sistema de salud no las respeta.
Francisco Huanca da vueltas sobre sí mismo en el pasillo del hospital mientras espera a su hermana, que trae sopa para toda la familia. –Es mi tercer hijo– cuenta con el gesto preocupado, cuando un grito le hace abocarse a la puerta de la habitación.
Allí, un doctor, dos enfermeras y una comadrona separan a Francisco Huanca de Roxana Chipana.
En esta sala no hay un monitor que esté controlando la frecuencia cardíaca del bebé durante el parto, pero hay una partera tradicional que le mide el pulso y mientras lo hace acaricia el hombro de la madre para darle ánimo.
Leonarda de Quispe detesta el color blanco hospital y para atender el parto usa batas de colores que no ocultan su voluptuosa falda larga –la pollera– ni su bombín característico de las mujeres del altiplano. Doña Leo, como le llaman familiarmente, sabe cuánto falta para que nazca el bebé. Interpreta las pulsaciones de la mujer, el sudor o los gestos y sabe qué infusiones favorecen la dilatación o si la criatura viene mal acomodada y hay que recurrir a una cesárea.
Su conocimiento no está en ningún libro, lo aprendió de su abuela y de los 48 años que lleva atendiendo partos. Mientras Doña Leo anima, en su misma lengua, a Roxana Chipana, empieza a asomar la cabeza velluda y amoratada de un bebé. Unos cuantos empujones más y la criatura se desliza sobre la cama. Su llanto le devuelve la sonrisa al padre y la respiración a la madre.
El bebé está vivo. La madre también.
En Bolivia, 6 de cada 10 mujeres no acuden al hospital a dar a luz, según datos del Estado boliviano. En un país con 11 millones de habitantes, 538 mujeres mueren cada año por complicaciones en el parto.
–Las mamás tienen miedo de ir al hospital, no hablan español, tienen vergüenza y no confían en los doctores– explica en un castellano cortado Doña Leo.
Roxana Chipana y Francisco Huanca no querían volver al centro de salud después del primer embarazo.
En el segundo embarazo Roxana Chipana no quiso ir al hospital. Sin recursos, tampoco acudió a una partera. Antes de los siete meses de embarazo, un dolor terrible la despertó. Pero se levantó, aseó a su hija, de año y medio, y le preparó el desayuno. Lavó ropa. En una región con escasas lavadoras automáticas, ese quehacer cotidiano es una ardua tarea que requiere cargar litros de agua. Con el esfuerzo empezó a sangrar. Estaba sola. Francisco Huanca trabajaba de albañil en la ciudad. Dio a luz en casa y el bebé murió a las pocas horas de nacer. Nunca supo por qué.
Una embarazada en Bolivia tiene 41 veces más posibilidades de morir que en España. Aunque la gran mayoría de las muertes maternas se concentran en África subsahariana y Asia meridional, Bolivia es el tercer país más peligroso para quedarse embarazada en América. Su índice dobla el de sus vecinas paraguayas y es comparable a países como Namibia o Yemen.
En Bolivia, 31 de cada mil niños mueren antes del primer año, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Más de la mitad antes de cumplir 28 días. Y eso sin contar la cifra invisible, es decir, la de aquellos que ni siquiera fueron registrados al nacer. Tanto es así que los padres tardan semanas en decidir el nombre de su hijo.
Las Naciones Unidas incluyeron la mortalidad materna e infantil en sus objetivos prioritarios para combatir en los últimos 15 años. Y las instituciones internacionales, las ONG y los gobiernos recibieron cantidades millonarias para atacar las causas. La cooperación genera puestos de trabajo y algunos cambios, como las salas de adecuación cultural donde dio a luz Roxana Chipana, apoyadas con financiamiento internacional, pero no es suficiente.
Alexia Escobar
Antropóloga especializada en Salud Sexual y Reproductiva
El 70% de las mujeres que fallecen tienen menos de 6 años de escolaridad o nunca han ido a la escuela. Las mujeres indígenas del campo tienen cuatro veces más probabilidades de morir que el resto. Estos riesgos se incrementan, según el mismo plan estratégico, cuando la mujer tiene menos poder de decisión.
Sin embargo en culturas como la guaraní, una de las 37 identidades que componen el mosaico boliviano, cuando una mujer muere en el parto la encumbran como una valiente. En las cosmovisiones indígenas el prestigio femenino se fundamenta en la maternidad. Y dar a luz es para muchas mujeres en el mundo todavía una guerra en la que se puede morir en el cumplimiento de la reproducción social.
Roxana Chipana ya no quiere tener más hijos. Alexander Huanca Chipana es el "varoncito" que vino a difuminar el recuerdo amargo del segundo hijo y su madre no quiere volver a exponerse al riesgo emocional y físico de otro embarazo.
–Lo que quiero es un futuro mejor para ellos dos– dice Roxana, sentada frente a pósters llenos de juegos de letras donde Sheila, de seis años, aprende a leer y escribir.
–Que estudien, que puedan ser profesionales o maestros para que tengan seguro y pensión. La vida en el campo aquí es dura– se apresura a explicar Francisco, quien está al lado de su mujer, sentados ambos con el bebé, en una de las dos camas de este cuarto abigarrado donde duermen los cuatro.
–¿Y tú qué quieres ser de mayor?– pregunto a Sheila.
–Doctora– espeta sin apartar la mirada del móvil de su mamá donde juega a videojuegos.
- Texto: Majo Siscar
- Imagen: Gemma Parellada
- Diseño web: Belén Picazo
- Infografías y mapas: María Jaramillo
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