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Brasil

La pandemia contra los que nunca existieron

Sin contratos laborales, ni seguridad social, ni salidas para la agricultura familiar, el área más pobre de Brasil se mantiene gracias a iniciativas solidarias

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La pandemia contra los que nunca existieron

Sin contratos laborales, ni seguridad social, ni salidas para la agricultura familiar, el área más pobre de Brasil se mantiene gracias a iniciativas solidarias

Víctor David López

En el sertón del noreste brasileño está llegando la nada a donde había muy poco. La crisis causada por el coronavirus amenaza con fuerza a la zona más pobre de Brasil. Los habitantes de esta región semiárida no aparecen en el radar de los que organizan el país desde Brasilia y son una ecuación de tercer grado para las administraciones estatales y municipales. Agradecen sin remedio cualquier ayuda, periódica o esporádica, porque aquí no tienen el privilegio de poder quedarse en casa aguardando a que la COVID-19 termine de atravesar el país. Aquí, a menudo, llenar el plato depende de lo que da la tierra, se vive prácticamente al día y los contratos de trabajo formales escasean.

Parece transparente en los mapas de acción de los sucesivos gobiernos, pero el territorio del sertón del noreste abarca el 12% de la geografía nacional. Se estima una población de 27 millones de personas, el 12% del número total de brasileños, repartida en 1.262 municipios a lo largo de ocho estados. Hay registros de la presencia de 1.400 comunidades quilombolas –grupos históricos descendientes de esclavizados que lograron escapar– y 34 etnias indígenas. El abandono institucional se traduce en la falta de estructura sanitaria en la localidades más pequeñas: no hay equipamiento médico, no hay unidades de cuidados intensivos. A veces, recuerdan los activistas de la región, no hay ni carreteras para llegar a los municipios.

El coronavirus está adentrándose en la comarca del sertón por las localidades del interior de Pernambuco y Ceará, a donde llegó procedente de importantes focos como el aeropuerto internacional de Recife y la capital cearense, Fortaleza, la única gran urbe del semiárido. Los datos más recientes de la pandemia en Brasil –más de 120.000 casos confirmados, cerca de 8.000 fallecidos y una preocupante subnotificación–, muestran que se encara la etapa más crítica en algunos estados con los hospitales al borde del colapso. Sucede en São Paulo, en Río de Janeiro, en Amazonas. Sucede también en Pernambuco y Ceará.

La base de la agricultura familiar, en peligro

El desastre en la zona del sertón prolongará la adversidad cotidiana. Un tercio de su población resiste, cuando se puede, llenando sus platos gracias a la agricultura familiar, con pequeños cultivos de subsistencia. La sequía, casi permanente, les entorpece los planes con lentitud y crudeza, año tras año. El clima es tan extremo que, cuando llueve, lo hace con furia, provocando también estragos. Desde que se empezaron a suspender, a raíz del brote, los mercados al aire libre donde los agricultores colocaban sus productos, los pocos ingresos que llegaban desaparecieron. Su frágil entramado de distribución no logra acceder a las grandes cadenas de alimentación, ni siquiera a pequeñas tiendas de barrio.

Parece transparente en los mapas de acción de los gobiernos, pero el territorio del sertón abarca el 12% del país

Los hombres, en épocas desalentadoras como esta, o cuando las plantaciones no dan para más, dejan en casa a su familia y salen a buscar empleo temporal y precario en alguna hacienda de la comarca, en una explotación de la industria maderera en la que tengan algún contacto, o como peones allá donde encuentren una construcción en marcha. No existen los contratos laborales, ni mucho menos el alta en la seguridad social. No hay, en la gran mayoría de ocasiones, ni cuentas bancarias de por medio. Este es el principal obstáculo para millones de brasileños que no están pudiendo acceder a la renta básica de emergencia aprobada por el Congreso Nacional.

Cola y aglomeración de personas frente a la sucursal del banco responsable de pagar la ayuda de emergencia a los ciudadanos brasileños durante la pandemia, en Pernambuco.

Cola y aglomeración de personas frente a la sucursal del banco responsable de pagar la ayuda de emergencia a los ciudadanos brasileños durante la pandemia, en Pernambuco | © Paulo Paiva/AGIF/AP

En el semiárido existen polos más productivos y tecnificados, como el del Valle de San Francisco, líder en exportación de frutas, sobre todo mango, maracuyá y uva. Pero las empresas buscaban hasta hace poco mano de obra cualificada y no la encontraban entre los desempleados de la zona. Los que consiguen trabajar en las grandes explotaciones tampoco se libran de las malas condiciones laborales. Hace unos meses, un informe de Oxfam Brasil denunciaba los casos de contaminación por agrotóxicos que sufrían los trabajadores, los malos tratos y la falta de infraestructura adecuada para los empleados. En ocasiones, no tienen acceso ni a un cuarto de baño. Empresas certificadas por sellos de calidad y que generan riqueza progresan propulsadas por trabajadores pobres, que a duras penas pueden juntar lo equivalente a 120 euros al mes, por debajo del salario mínimo brasileño, que es de aproximadamente 200 euros.

Los sindicatos sufren para hacer frente a tantas irregularidades. Muchos de ellos se centran en asegurar una salida medianamente rentable a la producción. La Federación de los Trabajadores Rurales de Pernambuco y otras entidades y movimientos sociales luchan, por ejemplo, por la aprobación de proyectos que garanticen la “seguridad alimentaria y nutricional a las familias en situación de vulnerabilidad social”. Con estos programas, presentes también en otros estados del sertón, se busca que la administración estatal compre a los pequeños productores las frutas y hortalizas para utilizarlas en los comedores escolares.

Algunas estimaciones independientes apuntan a que los índices de desempleo en Brasil pueden escalar al 17,8% durante 2020, con más de siete millones nuevos desempleados. De confirmarse las previsiones, el noreste, como casi siempre, será la región más afectada. Dentro del noreste, lo será el semiárido del sertón, donde la depresión amenaza con durar décadas. El Gobierno de Jair Bolsonaro, muy criticado por su gestión de la epidemia, no ha presentado por ahora medidas suficientes para paliar el vacío que deja el frenazo en las actividades para los que sobreviven por debajo del umbral de la pobreza. Más de la mitad de los brasileños en extrema pobreza, alrededor del 59%, viven en el noreste.

Subsistir gracias a iniciativas solidarias

La región semiárida se agarra a las campañas solidarias para sobrevivir. Cada tres meses, una caravana con una docena de médicos voluntarios se adentra en las profundidades del sertón pernambucano para hacer las veces del Estado. Entre ellos está la doctora Monique Silva. “Ellos viven en crisis desde siempre, porque nunca les ha llegado la asistencia médica”, asegura. La caravana sanitaria, organizada por la ONG Ação Solidária no Sertão, circula con un cargamento de medicamentos procedentes de donaciones y de muestras gratuitas. Los propios médicos voluntarios se encargan de recopilar todo el material y recetárselo a quien lo necesite. Lo llaman “democratización” de la salud. “En pleno siglo XXI, estamos pasando consulta a pacientes mayores que es la primera vez que ven un médico”, dice Silva.

La experiencia en el sertón sitúa a los trabajadores un punto por debajo de la vulnerabilidad, muy cerca del olvido. “No entran ni en las estadísticas”, explica la doctora Silva. “Las personas nacen y mueren sin registros, no llegan a tener documentos, no saben su edad, la mayoría son analfabetos. Parece surrealista que esto suceda hoy en día, pero sucede”. No llegan los servicios sanitarios, de la misma forma que no llega la electricidad, el agua, el transporte, el gas, la educación o los periódicos. “El país todavía no sabe que esta gente existe”.

“El hambre está regresando con mucha fuerza”

Muchos han dicho basta. La Articulação Semiárido Brasileiro (ASA), una red local formada por más de 3.000 organizaciones de la sociedad civil –entre las que se incluyen sindicatos rurales, asociaciones de agricultoras y agricultores, cooperativas y ONG– exigen respuesta gubernamental inmediata, tanto a nivel federal como estatal, para paliar el vacío estructural y el abandono sistemático. Denuncian que miles de familias están todavía “sin acceso a agua para consumo y para producción de alimentos”, y que falta “asesoría técnica adecuada y continua de apoyo a la comercialización de la producción de la agricultura familiar”.

Durante los últimos años, la Articulação Semiárido Brasileiro ha trabajado para el acceso a agua de la población del sertón mediante el Programa Cisternas

Durante los últimos años, la Articulação Semiárido Brasileiro ha trabajado para el acceso a agua de la población del sertón mediante el Programa Cisternas | © Mauricio Pokemon/Archivo ASA.

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Las personas nacen y mueren sin registros, no llegan a tener documentos, no saben su edad

Pero hay que empezar por el principio. Tras sucesivos recortes en programas asistenciales, la red reivindica, de forma urgente, la elaboración de un programa de distribución de cestas básicas de alimentos que pueda atender a “los millones de personas que sufren la pandemia, para combatir el hambre que aumenta de forma vertiginosa en las ciudades y comienza a llegar al campo”.

Tratan de conseguir que la población logre hacer las tres comidas diarias, pero también demandan la vuelta del Programa de Cisternas, que permite a los agricultores familiares del semiárido “tener acceso a agua para consumo y para producción de alimentos, para su sustento y para el mercado”.

La responsabilidad federal recala en la Superintendencia de Desarrollo del Noreste, perteneciente al Ministerio de Desarrollo Regional, a la cual la pandemia le ha sorprendido cuando intentaba avanzar olvidando la base. Su programa Sertón Fuerte está orientado a “maximizar la producción y la renta familiar de la pequeña propiedad rural en el semiárido” empleando energías renovables, que es como intentar resolver una raíz cuadrada antes de aprender a sumar.

Trabajadores en plantación de mango en Juazeiro (Bahia)

Trabajadores en plantación de mango en Juazeiro (Bahia) | © Tatiana Cardeal / Oxfam Brasil

El hambre está regresando con mucha fuerza”, dice Débora Nunes, una de las líderes en la región del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), que lucha por la justicia social. En su opinión, los efectos de esta pandemia rematan “la desestructuración del mundo laboral, con la retirada de derechos, flexibilización e informalidad [trabajo no registrado, regulado o protegido]”, que ya venía en aumento antes de la crisis.

Muchos trabajadores del sertón están perdiendo el empleo con un simple “acuerdo negociado” con la empresa. “Son reflejos de la última reforma laboral, que ha destruido la legislación laboral brasileña”, afirma Nunes quien, como muchos, considera que las medidas anunciadas por el Gobierno Federal y el Congreso Nacional “no llegan de ninguna manera a atender las necesidades reales de la gente, ni con la renta básica de emergencia”.

Miles de familias están todavía “sin acceso a agua para consumo y para producción de alimentos”

En el sertón comprenden desde siempre su posición como productores, que tienen en su manos la capacidad de producción de alimentos saludables, incluso para sostener sin menor problema a las grandes ciudades, si se lo permiten. Para ello reclaman una reforma agraria, que redistribuya la tierra contando con los que viven y trabajan en ella.

El rayo de esperanza que se vislumbra, o tal vez sea un deseo de la población del sertón, pasa por un anhelado cambio de rumbo como consecuencia de la pandemia. “Somos nosotros, los campesinos, trabajadoras y trabajadores sin tierra, los que podemos apuntar alternativas a esta crisis”, concluye Nunes.