El objetivo de los comerciantes marroquíes es importar la mercancía a su país pagando lo mínimo. Ropa usada, mantas, comida, utensilios de ferretería, aparatos electrónicos… todos los productos llegan mayoritariamente de Europa y Asia al puerto de Ceuta para pasar a Marruecos a la espalda o en el carro de mujeres y hombres pagando el Impuesto sobre la Producción, los Servicios y la Importación (IPSI) y no impuestos aduaneros. Luego, son distribuidos por todo el país o exportados al resto de África.
La mercancía es revisada por las autoridades españolas cuando llega a Ceuta y luego es transportada en camiones y motos hasta el polígono del Tarajal y el barrio de El Príncipe, donde una gran parte es precintada antes de llegar definitivamente al polígono. Según confirman Mohamed Ahmed, presidente del polígono de La Chimenea, y la Delegación del Gobierno, la mercancía no vuelve a ser revisada en ningún momento al pasar a Marruecos. “Los bultos llegan cerrados y el que los vende no los puede abrir porque si no, no se los compraría nadie. Nadie lo revisa antes de salir, en absoluto”, afirma Ahmed.
Leyenda de los mapas
Así comienza el recorrido de las porteadoras
Khadija llega a la frontera de Marruecos con Ceuta. Una fila de mujeres espera allí desde horas antes, pero es a partir de las primeras horas de la madrugada cuando la mayor parte de ellas llega desde distintas ciudades de la región de Tetuán para esperar a que las autoridades marroquíes abran la frontera. Mientras tanto, intentan dormir en el suelo. Algunas de ellas, tal y como denuncia un informe del parlamento marroquí, se ponen pañales para no perder su sitio.
Las autoridades marroquíes abren el paso fronterizo destinado a porteadoras y dejan entrar, poco a poco, a las primeras mujeres con sus carros. La cola supera ya varios centenares de metros. Cada lunes y miércoles, 2.500 mujeres porteadoras pasan por el Tarajal II. Solo pueden transportar mercancía por el paso exclusivo para porteadores estos días después de que la Delegación de Gobierno limitase los días a hombres y mujeres y los separara por géneros –ellos portean martes y jueves–, debido al acoso sexual que estas sufrían por parte de sus compañeros. Sin embargo, los días que unas y otros no portean, cruzan la frontera por el paso ordinario para traer la mayor mercancía que pueden en bolsas o camuflada en sus cuerpos o en coches con dobles fondos.
Es el turno de Khadija. Con una chilaba granate, un pañuelo en la cabeza, una manta negra atada a la espalda y un carro metálico, accede por el Tarajal II a España. Una vez dentro, un muro limita la visión desde fuera a cualquier persona. El porteo queda totalmente oculto para los turistas que pasan la frontera común. Después de realizar un recorrido de varios cientos de metros junto a sus compañeras, entra por fin al polígono por la puerta principal.
Una vez dentro del polígono, existen dos tipos de naves: las de consigna y las de venta. La mercancía que se guarda en las naves consigna son los bultos, los fardos completamente atados y precintados que llegan desde el puerto de Ceuta o desde el barrio de El Príncipe. Cuando las mujeres llegan a las naves consigna se les adjudica uno de estos fardos con una marca pintada con spray para que al salir sean reconocibles y sepan a quién tienen que entregárselo. Tras cogerlo, lo cargan en una carretilla de forja con la ayuda de hombres comerciantes. Muchas de ellas llevan a la espalda una manta atada a modo de faja con más mercancía. Después de una hora esperando su turno, Khadija recoge finalmente una decena de sacos con zapatos y los acomoda en el carro. Añade más productos a su manta y en otra bolsa que sostiene en uno de sus brazos. En total, cerca de 80 kilos.
Con el peso de la mercancía sobre su cuerpo, Khadija y las miles de mujeres que como ella portean, tienen que salir del polígono para esperar una nueva cola en una explanada donde varias vallas organizan a la multitud. Poco a poco, la seguridad privada del polígono va dejando pasar, una a una, a todas las mujeres a la rampa que enfila hacia el paso que conecta con Marruecos. Ahí, las mujeres vuelven a hacer fila junto a unas vallas antiavalancha instaladas para intentar evitar más muertes. Después de una espera considerable, Khadija consigue salir por la puerta de mujeres del paso fronterizo del Tarajal II y llega a Marruecos.
Aunque la joven ya ha pisado territorio marroquí, aún le queda un recorrido de cerca de un kilómetro hasta llegar a lo alto del monte. Con un desnivel notable, Khadija tiene que llevar todo el peso sobre su cuerpo hasta arriba, donde, según la marca que tienen sus bultos, deberá entregar la mercancía a los trabajadores del comerciante marroquí correspondiente. En ese momento, por fin, cobra 20 euros y puede volver a casa con su familia.
Las mujeres que llegan tarde a las naves consigna y se quedan sin bulto no pueden volver con las manos vacías. Han pagado un transporte y tienen que rentabilizar el viaje para poder dar de comer a sus hijos. Por eso compran en el resto de naves ropa, mantas, zapatos… e intentan pasarlo por la frontera del Tarajal, a través del paso ordinario. Lo mismo sucede los días que las mujeres tienen prohibido el porteo porque trabajan los hombres (martes y jueves). Muchas de ellas intentan pasar mercancía en bolsas de mano, como si fuesen compras para su casa.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, según confiesan ellas mismas, la Guardia Civil detecta que las bolsas son dedicadas para hacer comercio transfronterizo, se las requisa y las echa a un contenedor azul que espera en la frontera. Esto las lleva a intentar “camuflar” los productos en su propio cuerpo.
Media docena de pantalones en las piernas, otras tantas camisetas y hasta treinta pantalones atados al cuerpo con cinta aislante. Encima, para acumular más prendas y sujetarlo todo, tres o cuatro camisones. Así se prepara Shamma para cruzar a Marruecos y poder revender lo que lleva con ella. A su lado, una decena de mujeres se ayudan mutuamente para hacer exactamente lo mismo.
“Tengo que trabajar para dar de comer a mis hijos y la Guardia Civil me lo quita. ¿Qué hago?”, explica Jamila. Una compañera le da vueltas con cinta aislante para sujetar las mantas y la ropa que rodean su cuerpo. Ibtisam ya está preparada para intentar pasar. Lleva algo más de 15 kilos de ropa encima y calcula que, si todo va bien, podrá ganar 10 euros de beneficio. Si se lo quitan, el riesgo es suyo y vuelve a Marruecos sin nada y habiendo invertido dinero en las compras y en el transporte.